Viaje al prejuicio
La primera mitad de la séptima temporada de Mad Men culminó con Don Draper (Jon Hamm) distanciándose de aquel hombre cínico, manipulador, imperativo y misógino que supo ser, convirtiendo el desenlace en un auténtico enigma: ¿Acaso lo visto en los últimos capítulos es una pantomima a la espera de un zarpazo final consecuente con el accionar del personaje o, por el contrario, se trata del inicio de una parábola emocional con gustito a moraleja? Que a menos de un año del punto final de la ficción ideada por Matthew Wiener, Hamm le ponga al cuerpo a un hombre con valores iniciales similares a los de su criatura televisiva, al que le hacen falta apenas un par de horas para volverse más bueno que La-ssie, es una señal de alerta. No necesariamente por un paralelismo artístico entre Mad Men y Un golpe de talento, pero sí por la evidencia del daño generado por una resolución calculada únicamente para la obtención del aplauso de una platea biempensante, independientemente de la traición a cuanta lógica psicológica exista.
Ostentosamente rico y orgullosamente soltero, JB Bernstein es un empresario deportivo cuyo trabajo nunca queda del todo claro (¿representante? ¿publicista? ¿relacionista público?), pero que sin duda le reporta una torta de dólares. O al menos le reportaba. Independizado vaya uno a saber de dónde, de qué o de quién hace tres años, según dice por ahí, ahora está a punto de entrar en bancarrota. La salvación llega gracias a un video de Susan Boyle (¿?) y la posterior idea de concretar un reality show para buscar un par de lanzadores de béisbol en... India, dándoles a los finalistas la oportunidad de probarse en las grandes ligas locales. El viaje será, claro está, una oportunidad para que Craig Gillespie (el mismo de Lars y la chica real y Noche de Miedo 3D) apelmace imágenes, sonidos y referencias tipificadas sobre la vida en aquel país dignas del programa de viajes de Iván de Pineda, con el agregado de la certeza de que allí subyace lo más parecido a la barbarie que el cine norteamericano haya dado en años.
La comparación con Slumdog Millionaire es inevitable, pero lo cierto es que la propuesta estética de Danny Boyle se correspondía con un punto de vista que hacía de la idealización y la estilización sus normas. Aquí, en cambio, mugre, pobreza, vacas sueltas por la calle, mujeres lavando ropa a la vera de los ríos, mal olor y sobre todo una población primitiva y simiesca constituyen distintas postas de una experiencia zoológica. Debe agradecérsele al film que la audición dure apenas una hora, destinándole la segunda a una fabulita de superación para algunos física (los dos pibes no tienen idea de béisbol) y para otros espiritual. Allí estará Bernstein dispuesto a darse contra la pared y aprender acerca de las bondades del amor y la amistad, algo inédito en la historia del cine. Vale cruzar los dedos, entonces, para que Don Draper no caiga en la misma bolsa.