El proceso de producción de “Un gran dinosaurio” fue tortuoso: el director original (Bob Peterson, el de “Up”) fue reemplazado por el debutante Peter Sohn, el guión sufrió retoques de todo tipo, el elenco vocal también cambió y la fecha de estreno se postergó varias veces. Así y todo, había expectativas con la película, porque en definitiva se trataba del nuevo filme de Pixar, el estudio que revolucionó la animación y que regaló joyas como “Toy Story”, “Buscando a Nemo”, “WallE” o la más reciente “Intensamente”. Pero por desgracia, cada “accidente” de ese proceso de filmación se termina reflejando en “Un gran dinosaurio”. Y no es tanto que la película falle porque se la compare con sus antecesoras o porque se le exija más por provenir de la factoría de excelencia de Pixar. “Un gran dinosaurio” no se sostiene en sí misma, más allá de las comparaciones. La historia del dinosaurio Arlo —un típico antihéroe torpe y querible, que se hace amigo de un niño salvaje— nunca encuentra el rumbo. El guión carece básicamente de ideas: es previsible, reiterativo y moroso. El humor físico nunca llega a ser gracioso, y la emoción se pierde cuando se machaca tanto sobre la moraleja. Visualmente la película es deslumbrante, y ese es su único punto a favor. La naturaleza (el movimiento del agua, las tormentas, los árboles, los campos sembrados) se reproducen aquí con un realismo que impacta. La tecnología digital está llevando al cine de animación a niveles de perfección y sutileza impensados años atrás. Sin embargo, el universo de Pixar —aún en ese nivel— se derrumba sin una buena historia.