Hay que decir esto en primer lugar: el único problema de Un gran dinosaurio es ser una película de Pixar. El estudio responsable de elevar la excelencia del cine de animación está celebrando 20 años de la primera entrega de Toy Story, el film inaugural de este tipo de relatos en la era digital. Además de la brillante saga de los juguetes comandados por el vaquero Woody, Pixar ha creado joyas como Wall-E, Up y la muy inspirada Intensa-Mente. En este contexto, el estreno de su nueva apuesta viene a potenciar los logros visuales ya alcanzados, pero desde lo narrativo acusa un retroceso hacia un clasicismo exento de vuelo creativo e ironía. El regreso a las fórmulas más tradicionales de Disney luce algo anacrónico para una factoría que nos acostumbró a historias de nobleza perdurable, teñidas de cierto aire de ruptura.
Tras más de un año de demora en su estreno, producido en gran parte por la baja de su director y posterior reemplazo por Peter Sohn, sumado al recambio de los actores encargados de las voces de los principales personajes; Un gran dinosaurio llega a los cines de todo el mundo con una anécdota sencilla y eficaz. Después de sufrir una pérdida familiar, un temeroso y simpático dinosaurio de 11 años (Arlo), se pierde al ser arrastrado por la turbulenta corriente de un río que atraviesa una zona cercana a su hogar. El reencuentro con un niño salvaje (Spot), a quien supuestamente Arlo debía eliminar, supone el choque de especies muy opuestas, con un llamativo juego de inversión de roles: aquí el animal es el ser racional y parlante, mientras que el pequeño se limita a balbucear sonidos, y a sostener su supervivencia a partir de un puñado de acciones tan primitivas como aguerridas.
Visualmente, el resultado es alucinante. El grado de realismo de los paisajes, con unas logradas texturas y luces que parecen atravesar la pantalla, se ensambla perfectamente con los personajes diseñados con trazos simples. Esa amalgama entre lo sofisticado y lo naif, sólo navega en la superficie de la imagen, ya que desde lo narrativo el relato queda sofocado bajo un omnipresente tono aleccionador. Conceptos como el de la disciplina, el imperativo de cumplir con la tarea, la necesidad de sobreponerse a los miedos, y la valoración de la familia sobre todas las cosas; se repiten de un modo estructurado y previsible.
No es que Pixar antes haya evitado orquestar sus historias desde este tipo de valores y premisas fundacionales. El problema aquí es el discurso unidimensional, sin otros matices ni capas de lectura que los expuestos gráficamente en la pantalla. Es cierto que este es un producto dirigido plenamente a los más pequeños, pero se extrañan esos guiños al público adolescente y adulto, que tan bien venían funcionado en películas anteriores. De hecho, los pocos momentos en que Un gran dinosaurio se atreve a cruzar la línea de la fábula edificante, lucen un tanto desencajados. Un buen ejemplo está en la escena en la que Arlo y Spot comen unos frutos alucinógenos que los llevan a un breve pasaje lisérgico, bocanada de desenfado que hubiera logrado una mejor integración si el film sorteara con mayor vuelo su armazón moralizante.
Finalmente, como toda estructura concebida en clave de road movie, este cuento ambientado en tiempos prehistóricos tiene pintorescos personajes secundarios. Una y otra vez irrumpen múltiples bicharracos, que hacen su gracia lo mejor que pueden y salen de escena. El efecto es más acumulativo que progresivo, ya que la aparición de estos especímenes poco aporta a los conflictos centrales de Arlo y Spot. La trama se estira y al metraje final le sobran unos veinte minutos. Hay demasiada bajada discursiva en este exponente de Pixar, que retrocede un par de casilleros hacia los esquemas más conservadores de Disney. Por eso, los instantes más sustanciosos se filtran cuando los personajes comparten su silencio, logrando con su solitaria mirada dar rienda suelta a una alianza tan cómplice como sentida.
The good dinosaur / Estados Unidos / 2015 / 92 minutos / Apta todo público / Dirección: Peter Sohn.