Lo que llevamos dentro
Es difícil que Un gran dinosaurio vaya a ser recordada como una de las mejores películas de Pixar. También era difícil que lograra serlo, teniendo en cuenta el problemático proceso de producción que tuvo, que incluyó cambio de director y de elenco de voces, modificaciones al guión original -acreditado finalmente a seis personas- y retraso del estreno. Y aún así, es un Pixar sólido, una nueva demostración de cómo el estudio es dentro de la animación el que mira de manera más profunda y compleja no sólo al cine, sino también al público que asiste al cine.
El arranque es probablemente lo que más le cuesta a Un gran dinosaurio, cuando debe plantear la historia de Arlo, ese joven apatosaurio frágil en compostura y avasallado por sus miedos, que no termina de encontrar su lugar dentro de su familia y por ende, en el mundo. En esos primeros minutos el film se queda un poco a mitad de camino entre el relato puramente infantil y el relato familiar, como si no terminara de decidirse por un tono determinado para ir trazando el conflicto. Pero a partir del desencadenamiento de una serie de tragedias que llevarán a Arlo lejos de su familia, es que queda definitivamente instalado el desafío para el protagonista y su viaje de crecimiento, donde será fundamental la compañía de Spot, el pequeño humano que al principio será la fuente de sus desgracias y luego el principal apoyo para recorrer el que será un largo camino. Y a partir de allí, el director Peter Sohn -en su primer largometraje, luego de haber dirigido el excelente corto Parcialmente nublado- irá demostrando una mano muy firme y segura para ir transitando las numerosas instancias del relato con una notable fluidez.
Esto no es sorprendente en la trayectoria de Pixar, ya todos sabemos de las cualidades que han exhibido los diversos directores del estudio. Lo que tampoco sorprende es precisamente la sorpresa, y esa sorpresa que nace del riesgo, y que es la marca registrada de Pixar. Y en Un gran dinosaurio esas sorpresas aparecen, pero de manera muy sutil en una narración que podría tildarse de previsible. ¿Qué decir del uso de la profundidad de campo para darle mayor espesor al paisaje, que es en cierta forma un personaje más, uno que le dice a Arlo y Spot que hay un mundo mucho más profundo y hasta inabarcable dispuesto a ser descubierto? ¿Y de la forma en que se entabla un diálogo productivo y original con diversas tradiciones del western, con Howard Hawks y John Ford como referencias mayores? ¿O de personajes que aparecen en el camino de Arlo y Spot, como Forrest Woodbush o Butch, que son básicamente irrepetibles? ¿Alguna vez las luciérnagas tuvieron tanto valor y significado como en Un gran dinosaurio?
En este sitio nos hemos referido numerosas veces a cómo Pixar siempre aborda, de diferentes formas, la amistad como una expresión del amor, de cómo ese tópico ha atravesado toda la trayectoria del estudio. Si nos pusiéramos a recordar diversas secuencias clave en films como la trilogía de Toy story, WALL-E o Up!, nos daríamos cuenta que las expresiones mayores de amistad y amor son puro gesto, pura fisicidad, que después quizás habilita la oralidad. Un gran dinosaurio es fiel a esta tradición: Arlo y Spot irán fundando su amistad -basada en una relación de amo/mascota, pero dada vuelta, repensada, alterada para pensar de nuevas formas los lazos entre lo humano y lo animal- a través de lo gestual, de demostraciones simbólicas, donde cada uno pondrá en evidencia lo que ha perdido a lo largo de su vida para ir dándose cuenta de que todavía tienen mucho por ganar, y que una vía es esa amistad sustentada en las vivencias compartidas.
¿Otra sorpresa de Un gran dinosaurio? Cómo hace parecer fácil lo difícil, cómo nos transporta a un universo especulativo donde los dinosaurios no se extinguieron y conviven con los humanos, configurando un entorno oscuro y hasta terrible, donde la violencia es la norma, donde los personajes se van haciendo a los golpes, llevando en sus cuerpos las cicatrices que los definen. Hay un verosímil en el film que se nos hace cercano, nos interpela desde su apelación al dolor, y que sin embargo se sustenta paradójicamente en lo superficial, en diseños de los personajes que pueden parecer esquemáticos pero que funcionan como trampolín para indagar en las almas de esos personajes, en sus pasados, presentes y futuros.
El envase en que viene Un gran dinosaurio puede parecer pequeño, trivial, pero hay una grandeza oculta en él, precisamente porque es un film que nos dice que muchas veces nos podemos sentir pequeños frente al mundo que nos rodea y que amenaza atropellarnos, pero que dentro nuestro está la nobleza necesaria para dar pelea. Lo hace alimentándose de los mitos del Lejano Oeste para reescribirlos a su manera, recurriendo a la comedia disparatada en momentos puntuales y precisos, construyendo una naturaleza realista y fantástica a la vez, deconstruyendo el modelo familiar para luego reconstruirlo, apelando a la mirada como vertiente narrativa. Es una película que nos pide que abramos los ojos, que corrijamos nuestra postura, que miremos de otra manera. Y que, justo en el 20º aniversario de Pixar, deja su huella, nos marca, porque nos habla de nosotros, de nuestros temores, de lo que somos y queremos ser, y de lo que podemos ser, que está dentro nuestro, aguardando por salir.