Que en el póster de una película sea lea bien grande una frase textual tomada de una crítica que dice “Una bella lección de vida” es razón suficiente para encender las luces de alerta. Todo lo ocurrido durante los 100 minutos de Un hombre en apuros no hará más que confirmar los peores presagios: se trata, efectivamente, de una historia pensada para agradar como sea a la platea, para que el público se levante de la butaca con la sensación de haber aprendido algo.
Quien aprende la “bella lección” es Alain (Fabrice Luchini), el poderoso CEO de una compañía automotor que sufre un ACV que frena su meteórica carrera profesional. Sucede que ese incidente le deja problemas en el habla y la memoria como secuelas, obligándolo a iniciar un largo proceso de recuperación junto a la fonoaudióloga Jeanne (Leïla Bekhti). Una recuperación que implica reconciliarse con sus afectos, en especial con su hija.
Un hombre en apuros encadena todos y cada uno de los lugares comunes de las feel-good movies sobre minusválidos, con la ultra exitosa Amigos inseparables como referente ineludible. Si hasta su protagonista pasa de la dureza de una piedra a la sedosidad de hombre bueno, reconstruido luego de aprender de sus errores, al tiempo que Jeanne también tendrá tiempo para reencauzar sus vínculos. Es lo que ocurre cuando se entiende el cine como escuela de vida antes que como disciplina artística.