"Descansaré cuando esté muerto", repite una y otra vez Alain Wapler (Fabrice Luchini). El trabajo se ha convertido para Alain en lo único importante en su vida. Desde la muerte de su esposa, su tiempo se divide en charlas de liderazgo, ásperas reuniones de directorio y el desarrollo de su última criatura: un automóvil eléctrico que revolucionará el mercado francés. Su hija, su perro y el resto de la humanidad que parece quedarle batallan con su soberbia y el malhumor que lo aqueja a diario.
Luchini convierte a este CEO irritante en un personaje que, sin abandonar su perspicaz pedantería, descubre en la lenta recuperación de un ACV que otra vida es posible. Al sortear el dramón, el director Hervé Mimran se recuesta en el notable talento de su actor para usarlo a su favor: Alain transita su nuevo rumbo en la vida a partir de retazos de recuerdos y fragmentos de lenguaje. Son esas ausencias las que alimentan la comedia y abren la película a las mejores relaciones, las que Alain entabla con su fonoaudióloga (la siempre excelente Leïla Bekhti) y un jovial enfermero.
Una pena que, pese a las buenas intenciones, la coda final se abarrote de un heroísmo de manual de autoayuda y aires de fábula de superación. Al abandonar el humor para ponerse sentimental, la película debilita la consistencia que había brindado a su personaje y coquetea con una moraleja que no necesitaba.