Una segunda oportunidad
Son muchas las películas que trabajan sobre la base de personajes sorprendidos por un accidente cerebro vascular, u otro tipo de enfermedad, y que no hacen otra cosa que reinterpretar el clásico Scrooge, imaginado por Charles Dickens en Cuento de Navidad. En la representación del hombre solitario, avaro, ermitaño, que sólo vive para el trabajo y generar dinero, se esconde, además, una de las premisas del capitalismo: el que quiere celeste, que le cueste.
Un hombre en apuros (Un homme pressé, 2018) de Hervé Mimran y con Fabrice Luchini como Alain, el CEO de una empresa automovilística, situado en un lugar de poder que lo aleja de la vida real, llegando incluso a casi ni dialogar con su hija, bucea en este subgénero del drama, que además ha posibilitado el lucimiento de actores como Harrison Ford, en producciones que apuntan a la lágrima fácil, pero que también intentan deconstruir las especulaciones de aquellos que se acercan al cine a ver la propuesta.
En el caso de Un hombre en apuros, conoceremos en la primera escena a Alain, sumergido en la vorágine de lo laboral, de idas y venidas constantes, con tan sólo alguna que otra palabra a su chofer que lo conecta con el mundo. Alain, en apariencia, odia a todos, y busca no tener que lidiar con sus pares, prefiriendo pasarse horas entre diseños aerodinámicos de autos, que con su familia y compañeros de trabajo.
Cuando un día, ni siquiera las señales de alertas previas al ACV que luego tiene, lo enfrentan a su nueva realidad, el camino de recuperación y aprendizaje para reinsertarse en la sociedad con su nueva forma y aptitudes, permiten narrar una historia de tesón y esfuerzo que hacen de Un hombre en apuros, un entretenimiento ideal para pasar el rato, mixando moraleja, comedia y humor, sin dejar de lado la reflexión sobre los tiempos que corren. Pero Alain no estará solo, en el camino conocerá a una terapeuta fonética (Leïla Bekhti), llena de miedos propios y problemáticas asociadas a su identidad, con quien aprenderá de nuevo a hablar, pero también a manejarse de manera diferente en la vida, cediéndole espacio al otro para su nueva realidad.
Hervé Mimran (Nous York, Tout ce qui brille) coescribe el guion junto a Hélène Fillières (también actriz) con precisión, todo funciona a la perfección como un gigantesco mecanismo en el que los gags, el drama, la emoción, son digitadas sin posibilidad de escape, logrando que el espectador experimente, en muchos casos, las mismas emociones que Alain va sintiendo en el camino de su recuperación. A la emoción Mimran le agrega la magnificencia de la industria automotriz, un espacio en el que se manejan diariamente cifras siderales, y que en la puesta en evidencia de ese derroche frente a lo ínfimo del ser humano ante una situación que complejiza la salud y las posibilidades de movilidad, hacen que el motor narrativo de la película avance y se justifique.
Fabrice Luchini brilla una vez más, en este caso componiendo los contrastes que va experimentando Alain a medida que progresa en su recuperación, y en el choque entre aquello que era y lo que ahora es, Un hombre en apuros se permite jugar, hacer reír, emocionar, con la simpleza y honestidad de una propuesta que llega directo al espectador, sin pretensiones más que la de advertir, cuidado con lo que estás haciendo con tu vida y cómo tratas a los demás.