Un gruñón empedernido, que hace gala de su misantropía, que tiene 59 años y que intenta infructuosamente suicidarse. Con ese planteo la historia de Ove se acerca a la comedia absurda, se planta en una visión humanística y cuenta con oportunos flashbacks para explicar lo que ocurrió en la vida de ese hombre, una acumulación que roza el melodrama, para transformarlo en un ogro. En esa sociedad tan ordenada y supuestamente humana, el protagonista sufre tragedias, bullying, falta de amor, obsesión por los detalles y se muestra odioso y odiado. Culpa a todo el mundo de su vida miserable y se abisma en una sola solución. Una familia de inmigrantes, especialmente la señora embarazada despertará en él los ecos de una solidaridad perdida. El film, extenso, navega en situaciones ridículas y otras tiernas, en momentos directos a la lágrima pero también en el humor, y en definitiva se salva por el exacto retrato de un hombre en el borde de su tercera edad que se siente descartable y se obsesiona en ridículos ritos. Rolf Lassgard es el protagonista entrañable del film, con el tono exacto como para componer a su Ove. El director Hannes Holm navega con precisión ese equilibrio delicado entre emociones, golpes bajos y humor.