En su segundo largometraje tras Captifs (2010), Gozlan contó con Pierre Niney (quien venía de protagonizar la muy exitosa Yves Saint Laurent) para un thriller psicológico ambientado en el universo literario y de la burguesía francesa que remite al cine de Claude Chabrol (y de Alfred Hitchcock) en su acumulación de mentiras, perversiones, miserias y delitos varios. El resultado -si bien se resiente con algunas vueltas de tuerca poco verosímiles en el tramo final- es bastante sólido y en varios pasajes fascinantes.
Mathieu Vasseur (Pierre Niney) es un aspirante a escritor de 26 años que no parece tener demasiada suerte en el mundillo literario. Pese a sus insistencias, sus novelas son rechazadas una y otra vez por las editoriales. Mientras tanto, el frustrado joven se gana la vida como empleado de una compañía de mudanzas y en uno de esos trabajos descubre el manuscrito inédito de un ex militar de la guerra de Argelia en la década de 1950 que acaba de fallecer y no tiene familiares. Esos relatos autobiográficos resultan de una enorme riqueza artística y de una intensidad poco común. El protagonista no tiene mejor idea que tipearlos en su computadora y hacerlos pasar como una creación propia. El éxito de crítica y ventas es inmediato, se convierte en una celebridad y consigue una novia bella e inteligente llamada Alice (Ana Girardot).
Tras ese compacto e impecable prólogo, la acción se desarrolla tres años después: Mathieu ha logrado sostener la mentira, pero las deudas arrecian (ha vivido de los adelantos de una segunda novela que jamás escribió) y ya no tiene como soportar las presiones de sus editores, que lo urgen a entregar su nuevo libro. Además, se suman las crecientes sospechas de algunos seres cercanos y una amenaza externa que es mejor no anticipar.
La película resulta un buen exponente del thriller psicológico (Claude Chabrol vía Alfred Hitchcock más algo de Patricia Highsmith) y, si bien en su segunda mitad abusa de las vueltas de tuerca con algunas resoluciones no demasiado verosímiles (pasan demasiadas cosas contundentes como para que los demás personajes no se den cuenta), nunca pierde el interés, sobre todo porque el espectador quedará pendiente hasta el final de hasta dónde es capaz de llegar Mathieu en su acumulación de mentiras, delitos y perversiones.
Puede que a Un hombre perfecto le falta un poco de humor negro y desprejuicio (el material es propio de una novela pulp / cine noir clase B y por momentos luce demasiado “seria”), pero el director de Captifs jamás pierde el rumbo, sostiene la tensión y consigue, en definitiva, un valioso retrato sobre la ambición, la codicia y la falta de moral (una suerte de pacto con el Diablo) en el ámbito de la burguesía y del universo literario de Francia.