Ese pequeño monstruo tan parecido a uno.
El realizador de la saga Madagascar juega con la figura del hermano como espejo deformante, en donde todos los caprichos que al protagonista le parecían maravillosos de sí mismo, se vuelven odiosos cuando son explotados por ese otro tan parecido a uno.
No hace falta decir que, de Caín y Abel en adelante, los conflictos entre hermanos han alimentado buena parte de la ficción universal y de esa excusa argumental se sirve esta vez el cine infantil. Porque Un jefe en pañales, de Tom McGrath, no se trata de otra cosa que de los celos y las miserias que provocan en la mayoría de las personas la llegada de un hermano y de la discordia que suele signar muchas veces estos vínculos. Y, claro, de la posterior aceptación de ese otro tan extraño y por qué no siniestro, en cuanto tiene de uno tanto como ningún otro ser humano en el planeta. Ahí reside el nudo del problema. Por supuesto que tratándose de una película infantil acá no se llega a los extremos bíblicos, aunque tampoco se elude plantear la cosa como un desafío a muerte, al menos en los términos en que esta puede ser tramitada por un chico de 10 años y su hermanito recién nacido que en este caso, es cierto, cuenta con algunas capacidades especiales intimidantes.
Tim, el protagonista, es un chico con una infancia que, de tan feliz, él mismo, ya adulto y cargando con el rol de narrador en off, no duda en definir como perfecta. Una perfección obviamente infantil, en donde lo único que importa es tener a papá y mamá a su completa disposición las 24 horas del día, todos los días. Todo eso se termina el día en que llega a casa el hermano menor que, al menos a los ojos de Tim, es todo un farsante. La película muestra con gracia la forma en que el arribo del bebé trastoca la vida familiar y retrata al recién llegado como una especie de monstruo despótico bien consciente de su poder de manipulación. Poder que, sin embargo, sólo parece ser percibido por Tim, quien además es el principal perjudicado con los cambios que la nueva presencia le impone a la dinámica del hogar.
Tal vez el mayor mérito de Un jefe en pañales resida en su capacidad para sacarle jugo a la fórmula de ver a la figura del hermano como espejo deformante, en donde todos los caprichos que al protagonista le parecían maravillosos aplicados a sí mismo, comienzan a volverse odiosos cuando son explotados por ese otro tan parecido a uno. La figura del hermano como némesis es la que ordena el relato. Por supuesto que la película lleva esa idea a un extremo absurdo, convirtiendo al bebé en uno de los gerentes de la empresa Baby Corp., encargada de mandar desde el cielo a cada bebé con su correspondiente familia, que se encuentra en una misión especial.
Con astucia y valiéndose de la imaginación hiperactiva del protagonista, la película maneja la historia con ambigüedad, aunque plantando la evidencia necesaria para dejar claro que lo que cuenta un Tim ya adulto no es sino un relato de su propia fantasía. La película se permite una serie de ironías a partir del juego de las diferencias entre las miradas progres y conservadoras dentro de la cultura estadounidense y da cuenta de una paleta de influencias que van de la alusión a la estética de los dibujos animados de los años ‘40 y ‘50 a una serie de citas que hablan de una cinefilia bien pop, que incluyen desde Indiana Jones o El Señor de los Anillos a Mary Poppins, entre otras.
Un jefe en pañales es una comedia de gran agilidad y poder de impacto, de esas que no dejan espacio ocioso y cada instancia dentro de su línea de tiempo se encuentra ocupada por un nuevo gag. Así, el promedio resultante de la fórmula risas por minuto es abrumador. La película responde a una estructura a la que los estudios Dreamworks, responsables de la producción, suelen recurrir con frecuencia y que marca la gran diferencia con Pixar, sus “hermanos mayores”, principales competidores y líderes en la industria del cine infantil. Mientras que el sello que forma parte del conglomerado Disney ha alcanzado el grado de maestría en eso de contar una historia poniendo en primer lugar el desarrollo de la trama, en Dreamworks suelen organizar las estructuras narrativas a partir de módulos a los que se intenta explotar al máximo, siendo el relato completo el resultado de la continuidad de dichos episodios. Como ocurría en Shrek 2 o Madagascar 3 (también dirigida por McGrath, quien suele prestar su voz a muchos personajes de películas de Dreamworks), ese es el orden que rige el devenir de Un jefe en pañales. Y aunque eso puede ser visto como una muestra de debilidad, lo cierto es que en este caso la fórmula resulta eficaz.