Si vieron el trailer saben que un niño de siete años tiene un hermanito que resulta ser una especie de superejecutivo infiltrado, un adulto en el cuerpo de un bebé. Pues bien: si piensan que es una parábola sobre el mundo corporativo, sobre “lo primero es la familia” y cualquier otro “mensaje” de esa clase, no. Nada que ver. En realidad para decir qué es exactamente deberíamos contar el final “final” del cuento, así que digamos que es un cuento sobre cómo aprenden a quererse dos hermanitos. Pero eso en la superficie: en el fondo, es una bella y vertiginosa reivindicación de la fantasía como fuente de conocimiento y aprendizaje. No se trata de una película “didáctica” sino de todo lo contrario, una aventura que vale por sí misma, pero cuyo peso emotivo requiere que comprendamos algunas cosas del mundo y empaticemos con ellas. El resultado tiene grandes momentos, un uso bello de las diferentes posibilidades de la animación, un homenaje a los geniales cortos de Chuck Jones sobre Ralph Phillips y mucho humor. Es cierto que la película no carece de lugares comunes, pero cuando tiene que optar por ellos, lo hace con cierta elegancia y les agrega algún condimento que nos los hace nuevos. Eso sí, es mejor en inglés que en castellano, algo que cada vez se vuelve más utópico.