LOS NIÑOS Y LOS MIEDOS
Dentro de la escudería Dreamworks, Tom McGrath es tal vez el nombre más confiable: director de la obra maestra Madagascar 3, pero también de las muy buenas Madagascar 2 y Megamente, Un jefe en pañales es una nueva muestra de su talento para unir con enorme coherencia una superficie de humor desbordante y anárquico con ideas argumentales de peso. Pero incluso esta nueva película animada tiene la virtud de ofrecer mucho más de lo que aparentaba en un comienzo, algo que no suele suceder habitualmente: si el tráiler nos vendía la historia de un bebé con actitud adulta que comandaba una corporación secreta a espaldas de sus padres, lo que venimos a descubrir es que en verdad se trata de un film que aborda la imaginación infantil con un nivel de rigor asombroso y que explora con sensibilidad el universo del vínculo entre hermanos, con sus diferencias y sus complementos, y fundamentalmente su construcción.
Todo lo que sucede en Un jefe en pañales, y de ahí su grandeza como relato, transcurre en la mente de ese niño, Tim, desplazado por la aparición de un hermanito. Pero, a su vez, la película toda es un flashback que parte del relato oral del Tim adulto sobre lo traumático que fueron aquellos eventos en los que la familia se agrandó. Lo potente del film es cómo sostiene con una lógica irreductible durante sus 97 minutos ese universo cuasi inconsciente y lúdico: el bebé, esa criaturita de traje, corbata, maletín y la voz de Alec Baldwin (aunque no tuve la oportunidad, malditos estrenos en castellano) es una exageración del protagonista, es todo lo que él supone que sería un hermano, son sus temores elevados a la enésima potencia. Pero con inteligencia, en uno de los niveles que McGrath trabaja con suma inteligencia dentro del mismo relato, es también una mirada bastante cáustica sobre la dictadura inconsciente con la que un bebé se impone en la estructura familiar contemporánea, tan afecta a la entronización de la figura del recién nacido.
Un segundo nivel en Un jefe en pañales es el visual. Cada vez que Tim aplica su imaginación para sobrevivir alguna instancia compleja, la película reconvierte los objetos del mundo ordinario en un espacio donde priman la aventura y el riesgo. En ese juego formal que se pliega con el tema, aparece un destacado uso del 3D que profundiza en las posibilidades espectaculares de la técnica a la vez que estira los límites de la animación. Y allí aparece no sólo el movimiento que desplaza la autoconscientemente anodina fábula hogareña de los suburbios, sino también una serie de personajes mínimos y efectivos, pero fundamentalmente el humor, que como siempre en Tom McGrath adquiere una cualidad lunática y desaforada con múltiples estímulos y referencias por minuto. Desde lo gráfico, incluso, se homenajea la estética de ilustraciones de los 40’s y 50’s, y hasta los diseños del impar Chuck Jones. Pero a diferencia de otras producciones de Dreamworks donde el juego de referencias es fondo, aquí queda relegado a un segundo plano. Lo que importa es el juego de autodescubrimiento que va surgiendo entre Tim y su hermanito.
Y por último, pero no menos importante, Un jefe en pañales en otro de sus niveles tematiza el desplazamiento que sufre el protagonista ante la presencia del hermano y pone a la pérdida de afecto como el mayor temor de la sociedad. Si bien el film trabaja valores y sentimientos básicos, tiene la elegancia para aplicarlos dentro del juego y con la lógica que un niño de 8 años puede expresar. Ese pavor ante la posibilidad de quedar relegado es no sólo lo que moviliza al bebé ejecutivo de una compañía que observa con preocupación cómo los perritos están reemplazando a los niños en predilección, sino también lo que moviliza al villano de la película (que no revelaremos aquí, pero que encuentra alguna conexión con lo que pasaba en Up!, por ejemplo). Y si por un momento la presencia de un mundo corporativo, y su defensa, hace un poco de ruido dentro de un relato destinado al público infantil, Un jefe en pañales no termina siendo del todo inocente ante un tipo de capitalismo que utiliza y descarta, desplaza y olvida luego de sacar todo el rédito posible. Esa amargura, que está en el centro del film y se desanuda hacia el final, en un epílogo memorable y emotivo, es lo que termina por convertir a Un jefe en pañales en una grata sorpresa del cine animado mainstream, pero sobre todo -y más importante- en una gran película.