El control del juego
Hay muchas, buenas e inquietantes ideas en Nerve: un juego sin reglas y eso es más que lo que puede decirse de la mayoría de las películas contemporáneas. No todas son absolutamente innovadoras (se perciben referencias a Al filo de la muerte o 13: Game of Death) y, lamentablemente, varias se resuelven de manera un poco torpe o con moralejas tranquilizadoras, pero la película de Henry Joost y Ariel Schulman sintoniza bastante bien con las adicciones, angustias y la falta de contención de los adolescentes de hoy.
Los creadores del documental Catfish (que ya marcaba un interés por las relaciones a distancia, la virtualidad y las redes sociales) y del reality homónimo de MTV filmaron el guión de Jessica Sharzer, que parece haber anticipado el fenómeno de Pokémon Go, aunque -claro- en esta ficción con resultados bastante más perversos, violentos y peligrosos.
Vee (Emma Roberts, sobrina de Julia) es una tímida muchacha de Staten Island que está a punto de terminar la secundaria. Sin embargo, a partir de una serie de provocaciones, coincidencias, manipulaciones y de una necesidad íntima de afirmarse y mejorar su autoestima se convertirá en la protagonista de Nerve, un juego (clandestino y de creciente popularidad) que se maneja desde una aplicación para celulares. Las recompensas en dinero van aumentando; los riesgos, también.
Esta chica común en circunstancias extraordinarias tendrá como compañero de aventuras (y romances) a Ian (Dave Franco), mientras crecen los celos y las diferencias con su mejor amiga Syd (Emily Meade). El trabajo del elenco juvenil es en líneas generales convincente, pero quien está totalmente desaprovechada es Juliette Lewis, otrora actriz rebelde que aparece ahora como una madre desesperada por los deslices y excesos de su hija.
Con una excelente banda de sonido que incluye temas de Roy Orbison y Wu-Tang Clan (incluidos como parte de la trama), Nerve hace también un buen uso de las redes sociales (Snapchat, Facebook e Instagram) y analiza el control (las omnipresentes cámaras de seguridad) y el voyeurismo generalizado.
El film tiene algunas escenas ridículas (como la pareja cruzando Manhattan en motocicleta a 100 kilómetros por hora con él con los ojos vendados) y se pierde un poco con las citas a otros productos populares (hay hackers a-la-Mr. Robot y malvados dignos de Los juegos del hambre), pero la dupla Joost-Schulman logra sostener siempre el suspenso, la tensión y el vértigo de estos jóvenes adictos a la adrenalina que resultan un espejo fascinante y perturbador del estado de las cosas.