Elogio a lo efímero
Las sagas distópicas adolescentes han ganado un lugar preponderante en la producción cinematográfica de los últimos años, y Nerve: Un juego sin reglas (Nerve, 2016) de Henry Joost y Ariel Schulman, adaptando la novela original de Jeanne Ryan, se posiciona en un escalón más elevado a este tipo de películas por su potente aspecto visual.
Si en Los juegos del hambre (The Hunger Games, 2012) o en Maze Runner: Correr o Morir (Maze Runner, 2014) la acción se ubica en la supervivencia de los protagonistas, aquí eso se fortalece con la aceptación de participar de un juego virtual en donde uno puede perder la vida si realiza mal alguna de las indicaciones.
La historia se enfoca en Venus Delmonico (Emma Roberts), una joven que se mantiene en su “zona de confort”, sacando fotos y dependiendo de su madre (Juliette Lewis). Ella duda todo el tiempo de las decisiones que debe tomar, cuando su amiga Sidney (Emily Meade) la impulsa a entrar a “Nerve”, un juego en el que se aceptan o no pruebas a cumplir.
Dentro de “Nerve” uno puede observar o jugar, y si se elige la segunda opción, se deben correr riesgos en los que se premia la acción con dinero, o, en el caso de no terminarlas, con la eliminación instantánea. Lo que sí hay que respetar todo el tiempo es el anonimato del juego, ya que cualquier denuncia o acercamiento de información a las autoridades puede repercutir en una persecución mortal para el participante.
Cuando Venus ingresa al juego, sin saberlo, queda asociada a Ian (Dave Franco) otro de los jugadores favoritos, con quien siente no sólo una afinidad instantánea, sino principalmente, una atracción que los lleva en conjunto a participar de pruebas cada vez más complicadas y que le permiten rápidamente un ascenso en la competencia.
Y mientras Venus avanza en el juego, su amiga Sidney, aquella que la impulsó a sumarse, no hará otra cosa que envidiar la capacidad, hasta el momento desconocida, con la que acepta los desafíos y suma dinero al pasar cada reto propuesto.
Nerve: Un juego sin reglas mantiene las reglas del género bien claras, y además potencia su propuesta con una cuidada estética, que además la posiciona como la película que más ha logrado -hasta el momento- su lógica inmersiva: introducirnos en el mundo de las redes sociales e internet (con el plus de la bella composición de cuadros y representaciones con las que “envuelve” la narración).
Neón, fluo, imágenes de transición armónicas, una puesta visual que impacta, y que preceden las pruebas marcando un tempo diferente en el relato, aquel que se precipita ante cada reto que aceptan Venus (a.k.a. @vee_99) e Ian (a.k.a. @_ian_), los que van siendo resueltos sin inconveniente aparente.
Luego todo se vuelve una reflexión sobre la fama instantánea, lo efímero de los títulos y etiquetas con los que se tilda a los jugadores, con una escena final en una suerte de circo romano en el que los contrincantes son expuestos a un último y mortal juego.
Si Nerve: Un juego sin reglas no termina por cerrar su propuesta es porque innecesariamente se pone a cuestionar y justificar todo en el relato, y lo políticamente correcto supera el pedido de “anarquía” de uno de los jugadores, evitando así que la naturalidad con la que se asiste a cada interacción con las redes sociales, por ejemplo, sea algo más que un artificio visual bien logrado para que la historia fluya y genere empatía a pesar de su impronta de entretenimiento con la que se la presenta.