Cuando se está en el lugar exacto
En la recreación de vida de un ladrón de bancos, la actuación de Robert Redford inscribe su impronta ética, y cifra la síntesis artística del actor y su desafío sostenido.
El placer que significa ver a Robert Redford interpretar, encuentra tinte de rúbrica en Un ladrón con estilo. No sólo por lo que significa un papel que podría ser el último, de acuerdo con declaraciones vertidas por el propio actor, sino porque lo que sucede en este film es la constatación de que "si aquel niño del pasado está contento con quien soy hoy, entonces estoy en el lugar exacto". Así se lo dice Forrest Tucker (Redford) a Jewel (Sissy Spacek), esa dama con la que se encuentra durante una de sus fechorías y de la que comienza, tal vez, a enamorarse.
Tucker es un ladrón de bancos y sí, esta es otra de esas historias basada en hechos reales. Así es como lo indica la película misma, de una manera lúdica y atenta con un aire de aventura, que si se quiere opera a la manera de un racconto sobre la vida cinematográfica del actor. Tanto es así, que en determinado momento el film de David Lowery (Historia de fantasmas, Mi amigo el dragón) hará síntesis entre las fugas carcelarias de Tucker y la vida fílmica de Redford, como si fuese un recorrido apretado sobre su filmografía.
De hecho, para graficar una de estas huidas se elige un fragmento de la película La jauría humana, de Arthur Penn. La elección de ese film -coprotagonizado por Redford, Marlon Brando y Jane Fonda- no es un dato menor, sino elección estética que debe atribuirse al actor -sin ir en menoscabo del realizador-, habida cuenta de su mirada progresista y dilemática. A saber, La jauría humana (1966) es una de las más contundentes películas sobre la violencia social (no sólo) norteamericana, así como expresión crítica de un cineasta autor (Penn) y de una época y una generación, cuando el cine de Hollywood tenía la fuerza estética necesaria para soñar con ser algo bien distinto a lo que es hoy. Lo ratifica la película que Spacek y Redford van a ver al cine: Two-Lane Blacktop (1971), la road movie de otro autor indómito, Monte Hellman.
Evidentemente, Redford (también productor del film) se ha preocupado por trazar una película que oficie como repaso metafórico y aseveración de su comportamiento político. Lo señala la propia elección de un ladrón de bancos y fugitivo permanente, a quien la cárcel le resulta parecida a otros encierros que el film (no tan) disimuladamente enuncia: hay que prestar atención a las pesquisas que el detective John Hunt (Casey Affleck) practica con los familiares del ladrón.
A la vez, el mismo Hunt es el contrapunto de Tucker. Policía y padre de familia, Hunt se siente abatido, prácticamente vencido, pareciera depositar sus últimas energías cansinas en atrapar a este grupo de viejos ladrones que integran Redford, Danny Glover y ¡Tom Waits! De paso, y vale reparar en ella, hay una escena casi misteriosa, que sitúa frente a frente a Hunt y Tucker. Es nodal porque da cuenta del duelo entre los dos. Pero también misteriosa, porque no hay continuidad clara con lo que sucede antes y después: todo ocurre dentro del baño del bar, a espaldas de las mujeres de cada uno. Nunca se lo ve a Redford ingresar a este baño. Tampoco se muestra lo que sucede inmediatamente después. Tal vez no se trate de otra cosa más que de la fabulación que en uno de ellos se entreteje. De este modo, el film logra un momento mayúsculo, cercano a la artesanía del viejo Hollywood.
Desde ya, la afrenta que Tucker significa, al apuntar sus robos en los dólares que las cajas y bóvedas de los bancos guardan (y también roban) es toda una declaración de principios, que Redford asume de manera amable, bien vestido, cuidando de las buenas formas, educado al hablar, sin disparar un arma de fuego. Toda una composición (nominada al Globo de Oro, además) que valida una manera de entender el cine (y la vida).
Allí cuando Un ladrón con estilo (título bien tonto, que nada tiene que ver con el original: "The Old Man and the Gun", definición precisa sobre lo que este personaje es) amenace con redondear los entuertos para el logro de un happy end bienintencionado -guiño irónico hacia una manufactura cinematográfica falsaria, a la que Redford se ha enfrentado-, el último giro del guión devuelve todo a su sitio, allí cuando el personaje sabe que está en el lugar exacto, porque se trata -ni más ni menos- que del sueño que alguna vez tuvo, allá lejos, cuando era sólo un niño.