HUBO UN TIEMPO QUE FUE HERMOSO
Con las herramientas del cine clásico y una estética que asimila el estilo del cine de los 70’s, el director David Lowery construye un hermoso vehículo para Robert Redford y, según anunció, su despedida de la actuación. Basada en un artículo del New Yorker donde se narra la historia de Forrest Tucker y la serie de asaltos a bancos que cometió cuando septuagenario (además de sus memorables fugas carcelarias, una de ellas de San Quintín), la película utiliza el “basado en hechos reales” como carretera y nunca como destino. Esta sola lección, la de que el cine sigue siendo más grande que la vida y las estrellas de cine son eso, entelequias (cada plano sobre Redford es una suerte de mapa sobre la magia que representaba el cine del pasado), es una de las tantas lecciones de un relato fascinante y sumamente romántico.
Un ladrón con estilo, título administrativo y mucho más genérico que el perfecto y poético The old mand and the gun, es un drama con elementos policiales que nunca olvida el buen humor y la amabilidad. Casi como ha sido la presencia de Redford ante las cámaras, un actor menospreciado, cuya aparición se dio en un contexto donde el método exigía otras cosas: piensen en la fricción entre los estilos de Redford y los de Robert DeNiro, Al Pacino o Marlon Brando, modelos de actuación que implicaban otro tipo de entrega, mucho más explícita. En Redford hay persistencia en un tono y en un modo, y la elección de este proyecto para su despedida es de una perfección asombrosa: Un ladrón con estilo sintetiza al actor de una manera que, tal vez, sólo Clint Eastwood había alcanzado con Gran Torino. Redford y Lowery ya habían colaborado en Mi amigo el dragón, otro film hermoso que parecía proceder de otro tiempo. Hay en ambas películas un hecho particular: el director utiliza recursos del cine clásico, que se aplican a la aventura o al policial, recursos que en ocasiones se resumen en gestos de estilo como zooms y un ritmo que desprecia la velocidad como cáscara del vacío. Sin embargo, Lowery logra ir más allá de la superficie y permite que el relato se impregne de un aire clásico, y eso tiene que ver decididamente con la construcción de personajes con una determinación y honorabilidad que no es propia del cinismo contemporáneo. En esto, Lowery le saca una distancia a otros directores que creen que asimilar una época es cuestión de guiños y estética.
Otra gran virtud de Un ladrón con estilo es la de desmarcarse olímpicamente de ese subgénero actual de los films geriátricos. No hay en la película actualización de los códigos de la ancianidad para quedar canchera, sino más que nada gente grande haciendo cosas de gente grande, algo que en el cine actual parece una provocación. Cada charla entre Redford y Sissy Spacek resume sabiduría, parece el encuentro de dos amigos que se conocen hace tiempo y se cuentan su vida justo cuando el horizonte comienza a hacerse más finito y todo se tiñe un poco de un fatalismo tenue. Precisamente lo que busca Forrest Tucker es estirar esa línea lo más que pueda, llevarla lejos a pura vitalidad y espíritu libertario. Lowery decide, con inteligencia, no encerrar a su personaje en las paredes del relato moral, aunque la pertinencia o no de sus actos esté en juego, y es lo que marca su vínculo con los personajes que lo rodean: su amante, el policía que lo busca obsesivamente, su hija. No hay juicio en Un ladrón con estilo, sólo el registro de un viejo sabio que al calor del hogar lo siente como prisión y no puede más que seguir huyendo, en autos, a pie, a caballo. Un film de un romanticismo extremo, de un cariño absoluto por sus formas y sus personajes; una película de otro tiempo como hacía tiempo no se veía.