Por amor al cine
El mundo necesita más gente que ame lo que hace. Fácilmente se pueda trasladar esa afirmación tan cierta como idealista a The old man and the gun (Un ladrón con estilo), el último film del director David Lowery que sitúa al icónico Robert Redford reviviendo gran parte de su legado como galán y criminal simpático, en lo que probablemente sea su despedida del cine con un papel a la altura de su extensa trayectoria.
El mundo necesita más gente que ame lo que hace. Fácilmente se pueda trasladar esa afirmación tan cierta como idealista a The old man and the gun (Un ladrón con estilo), el último film del director David Lowery que sitúa al icónico Robert Redford reviviendo gran parte de su legado como galán y criminal simpático, en lo que probablemente sea su despedida del cine con un papel a la altura de su extensa trayectoria.
Basada en un artículo de la revista The New Yorker, la película cuenta la historia del atracador Forest Tucker, un anciano de más de 70 años que robó bancos durante toda su vida hasta su vejez, pero con la particularidad de hacerlo con extremada buena educación, y sin tener que portar un arma o activar alguna alarma durante sus tantos asaltos. Y es que un hombre tan amable y considerado, capaz de pedir por favor que abrieran la caja fuerte y que ningún empleado pudiera resistirse a su encanto, no podía ser interpretado por otro que no fuera Robert Redford y su carismática sonrisa.
Sin embargo, si esto suena a la clásica romantización hollywoodense de un forajido es porque realmente lo es, ya que la verdadera razón por la que el protagonista continúa con su vida delictiva no es precisamente el dinero, sino por la diversión que esto le genera. Algo que termina mimetizándose con la felicidad contagiosa de Redford a la hora de ponerse una vez más frente a cámara haciendo lo que mejor sabe hacer: Obligarnos a ponerse de su lado.
De esta manera es que tras varios años de estar prófugo con su equipo – conformado por otros dos actores históricos como Danny Glover y Tom Waits –, Tucker se cruza con Ruby (Sissy Spacek), una mujer viuda con la que empieza un romance basado en la seducción mutua y la despreocupación de la tercera edad. La atracción de ambos es entrañable, con gestos y miradas que marcan una relación por demás profunda sin la necesidad de ponerlo en palabras, y en gran medida gracias a la química de Spacek y Redford, como si se tratara de dos amantes que se conocieran de toda la vida. Y eso que es la primera vez que trabajan juntos.
Pero por más que Forest y compañía sean los ladrones más educados de la historia, era cuestión de tiempo para que la policía comenzara a perseguirlos, con el detective John Hunt a la cabeza – un Casey Affleck lleno de matices, que vuelve a trabajar junto a Lowery después de la emotiva Ghost Story –. No obstante, la obsesión de Hunt por el caso crece cuando es testigo directo de uno de estos robos amables sin siquiera haberse enterado. Lo que genera uno de los atractivos más interesantes del film: Mientras el perseguidor más se acerca a su presa, más cariño le va tomando, y más difícil se le hace seguir su rastro. Algo que incluso su mujer le termina haciendo notar cuando menciona que sí logra atrapar a Tucker, ya no tendrá la motivación de seguir persiguiéndolo, de la misma forma que el ser perseguido resulta también un desafío para Tucker en esta lucha de egos.
David Lowery decide situar al film a principios de la década del 80’, tanto visual como narrativamente, partiendo de la musicalización folk-rock y la tipografía vintage acorde con el cine de la época, el uso de planos largos y escenas bien descriptivas como constante, y hasta el agregado de una estética granulada, característica de las cámaras de rollo con sus colores saturados. Casi todo en The old man… tiene impronta retro. Hasta su título.
Pero el homenaje no queda solo en un guiño al exploitation de ladrones de guante blanco, sino que la película es una sumatoria de situaciones para venerar la leyenda que significa Robert Redford en la industria, con cantidad de referencias a su carrera, aunque principalmente situándolo como el envejecimiento lógico de lo que podría haber sido en la actualidad su mítico Sundance kid junto a Paul Newman. Un regalo diseñado especialmente para que pueda recibir los aplausos en vida y no desde una placa póstuma durante una entrega de premios.
Al igual que Forest Tucker acepta con una sonrisa que su afición por los atracos puede llegar en cualquier momento a su fin, existe también un dejo de confesión en Redford por la forma en que decide disfrutar la recta final de su carrera. Algo que trasciende a su personaje, incluso a la película, para dejar que su legado hable por sí solo.