Volver a los años ’80
Comedia resueltamente post-hermanos Farrelly, la película dirigida por el perfecto desconocido Steven Pink es una de esas guarradas tan impresentables como irresistibles.
Si no fuera por su horrible remate –que arruina todo, con un brote de exitismo social totalmente fuera de lugar–, esta comedia vulgarota y chapucera sería una versión mejorada de Son como niños, la más reciente fealdad de Adam Sandler, estrenada aquí un par de semanas atrás (decir que es una versión mejorada es pura ucronía, porque en realidad se estrenó antes). Ambas películas son sendas variantes del motivo de la vuelta al pasado, como forma de reparar el presente. Motivo que cuenta con algunas representantes obvias (Volver al futuro y Terminator, notoriamente) y otras menos evidentes (Reencuentro y, en general, todas las películas que tratan sobre reuniones familiares o amistosas). En ambas películas, un grupo de amigos largamente distanciado vuelve, con distintas excusas, al lugar en el que pasaron su época de oro, donde tendrán ocasión de reescribir su futuro. ¿Por qué versión mejorada? Porque es graciosa, logra hacer creíbles sus estereotipos humanos y no está protagonizada, como la de Sandler, por un grupo de actores malos, tontos y desagradables.
A los años ’80 –nueva obsesión de la cultura contemporánea– es donde vuelven los cuatro amigos. Que, al revés que los mosqueteros, en realidad son tres. El cuarto es el sobrino de uno de ellos, que resulta ser... No, eso no puede contarse aquí. Sí puede contarse que, tras el intento de suicidio falso o real del desaforado Lou (Rob Corddry, ideal para encarnar a un tipo tan grosero, frenético y pasado de revoluciones), sus amigos Adam (John Cusack, que también produjo la película) y Nick (el enternecedor morochazo Craig Robinson, de Zack y Miri filman una porno y la versión USA de The Office) deciden, tras largas décadas de distanciamiento, dejar todo y volver por unos días al centro de esquí donde, siendo pichones, vivieron su golden hour. Se llevan con ellos a Jacob (Clark Duke, recién visto en Kick-Ass), sobrino de Adam y nerd reclusivo, para quien la gente son figuras que flotan en una pantallita de Mac. Deseosos de ser jóvenes otra vez, el deseo les será concedido como condena, en la forma de una pileta de jacuzzi que se convierte en... máquina del tiempo. Y back to the 80’s.
Comedia resueltamente post-hermanos Farrelly, Hot Tube Time Machine (título original, mil veces mejor que el que le pusieron acá) no tiene deudas para con el buen gusto y otras ñoñerías. A partir del momento en que, para reconocer en qué época están, los amigos le preguntan a uno de qué color es Michael Jackson, la película dirigida por el perfecto desconocido Steven Pink desata un humor francamente capusottiano. Humor que, paradójicamente, es lo que le falta a Pájaros volando y que halla algunos de sus puntos altos en el jacuzzi giratorio, las referencias a Alf, Reagan, el grupo Poison y el Modern Love de Bowie, las presencias absolutamente ochentosas de Chevy Chase y Crispin Glover (el padre de Volver al futuro), el suspenso sobre cuándo perderá este último su brazo derecho y el riesgo de fellatio al que conduce una apuesta perdida.
Hot Tube Time Machine es una de esas películas tan impresentables como irresistibles, en las que el humor de vestuario deviene arma al servicio del “rompan todo”. Lástima, eso sí, ese final que quiere reconvertir a todos en triunfadores sociales y que parece escrito por el enemigo...