Si tuviese que valorar esta película en función de las risas que me despertó, diría que es una de las mejores comedias de los últimos años. Lo concreto es que me reí como hacía mucho no me reía con una película, y aunque esto no es un dato menor, hay que ponerlo en la balanza junto con la enorme cantidad de situaciones grotescas o burdas que se dan cita, y que hacen derrapar la unidad cómica del film, llevándola hacia el lado del humor más estúpido.
Estamos ante otra película de hombres solos que deciden enloquecer por última vez, como The hangover, o alguna que otra de Adam Sandler o de algunos de los ex Saturday Night Live (podríamos hacer un recuento de las comedias últimas que plantean esto, pero nos llevaría todo el espacio de la crítica). Sin ir más lejos, la próxima en estrenarse, Grown ups, va por el mismo camino.
En este caso, la fórmula está apoyada en un John Cusack felizmente volcado a la comedia (con mayor tendencia al descalabro que en High fidelity, escrita y producida por el director de ésta) y en dos actores que ya brillaban desde papeles secundarios (Rob Corddry en The Heartbreak Kid, I Now Pronounce You Chuck & Larry, Blades of Glory y What Happens in Vegas, Craig Robinson en Knocked Up, Walk Hard, Pineapple Express, Zack and Miri Make a Porno y Miss March), y que ahora se dan el lujo de coprotagonizar junto con Cusack, un actor que entiende el talento de ambos y sabe colocarse a la par de ellos.
Adam (Cusack) y Nick (Robinson) deciden dejar por un instante sus vidas en crisis y ayudar a Lou (Corddry), que, supuestamente, se quiso suicidar. Los tres viajan junto con el sobrino de Adam, Jacob (Clark Duke, otro gran secundario, pero de la última camada de actores, recientemente visto en Kick Ass), quien es, a todas luces, el más cuerdo de los cuatro. La idea del viaje es volver a un hotel en el que estuvieron veinte años atrás, cuando vivían plenamente felices, y este viaje termina, insólitamente, en un regreso al pasado, por el efecto de una gaseosa rusa sobre el jacuzzi de la habitación.
Más allá del cúmulo de gags que hacen alusión al desmadre de los muchachotes, llevados por Lou, el más inmaduro de todos, y de muchos chistes un tanto misóginos (las chicas son el elemento utilitario de turno, se muestra que aquella época eran jóvenes, lindas y se acostaban con ellos), la película resulta una clara celebración de la década del ochenta, con sus excentricidades, su sensualidad, su vestuario de moda, y su humor, bastante chato pero fresco. No es casual, dado este homenaje, que aparezca Chevy Chase, un avejentado integrante de la camada de cómicos más famosos de aquella década, cuya carrera, a diferencia de las de muchos, quedó anclada en esos años. Chase es una suerte de fantasma que intenta reparar el jacuzzi, pero sólo consigue demorar más el regreso de los cuatro.
Si el planteo en concreto ya presenta un elemento tan delirante como afín a los desequilibrados excesos del grupo, cuando la película se acerca a las resoluciones de gags más disparatadas es cuando consigue arrancar más risas, pese a su tendencia a lo escatológico, que por momentos hace que nos preguntemos cuál es la razón que los llevó a caer en esos chistes. No se trata de una mera preferencia por el absurdo antes que por el mal gusto, sino de cuál es el humor que mejor le cabe a la propuesta. Si los excesos del cuarteto habilitan el delirio, la naturaleza simplona y grotesca de los que llevan adelante la acción impulsa el humor más facilista de la película. Una mera elección entre uno o el otro hubiera definido mejor el estilo cómico, que aquí se inclina por ambas vertientes.
Tal vez el aspecto que más se le puede achacar a la película, es la necesidad de resolver las vidas de todos con una vuelta de tuerca más inverosímil que el propio planteo. Algo curioso, dado que esa suerte de deus ex machina ocurre una vez que regresan de los ochenta. Pese a este giro sumamente facilista, y aceptable sólo dentro de los códigos más básicos del humor de esta comedia, nos encontramos con una película tan sencilla como radiante, aún en sus aspectos más bajos, y que se beneficia ampliamente por las formidables actuaciones de Rob Corddry y Craig Robinson, y por la fresca pintura de la década del ochenta, servida en bandeja a los propósitos cómicos de la propuesta. De todas maneras, a nivel integral, no llega al nivel de solidez de The hangover y, ya que estamos, un coqueteo referencial con Volver al futuro no hubiera venido nada mal.