Thriller, fantasía y amor en progreso
Del mismo director de ¿A quién ama Gilbert Grape?, ahora llega una extraña combinación de estilo, donde
nunca queda definida la línea argumental, y el resultado termina navegando en el limbo de los films inocuos.
Hace casi 20 años, el director sueco Lasse Hallström asomó la cabeza y logró cierta exposición mundial con ¿A quién ama Gilbert Grape? , protagonizada por Johnny Depp y Leonardo DiCaprio. Y desde ese momento se instaló como un artesano de Hollywood, es decir, un tipo confiable para proyectos pensados por otros. Así se hizo cargo de producciones rutinarias como Chocolate, El poder del amor, Atando cabos y Querido John, un puñado de títulos que recorren ciertos caminos vinculados con el amor, un pasado más o menos turbio (¿cómo no?) y las segundas oportunidades.
En ese sentido, los "temas" de Lasse están bien presentes en Un lugar donde refugiarse, un raro artefacto que mezcla el thriller, una historia de amor en progreso y si se quiere, hasta algo del género fantástico vía Osho.
La película comienza con Katie (Julianne Hough), perseguida por un policía. La chica aparentemente cometió un asesinato o algo así, que se va revelando de a poco, a través de flashbacks que van completando el supuesto crimen a medida que avanza el relato. En la fuga, el micro en el que sacó un pasaje a cualquier parte se detiene en un paradisíaco pueblito costero y Katie decide que es un buen lugar para empezar una nueva vida. Allí, mientras que el inspector Tierney (David Lyons), en plan Samuel Gerard en El fugitivo, se obsesiona con la búsqueda, Katie se repone, consigue trabajo y establece una relación amorosa con Alex (Josh Duhamel) padre de dos hijos adorables y viudo reciente.
Así como Tierney se va acercando a su presa y en el intento se entrega al alcohol y alguna conducta inapropiada, Katie mantiene su pasado oculto y comienza a creer que el pueblito es su lugar en el mundo. Junto a Alex y sus hijos, claro.
Con una vuelta al final que en el público poco sensible puede hasta provocar una sonrisa socarrona, el último opus de Hallström nunca termina de decidirse por un género o al menos por una línea argumental definida y navega en el limbo de las películas inocuas, esas que son correctas pero definitivamente destinadas al lánguido olvido.