El juego que proponen los directores Nicolás Purdia y Pablo José Rey consiste en recorrer la vida del pequeño pueblo Santa Vera Cruz, en La Rioja, a través de sus múltiples rostros. Como nacido de un relato fantástico, el imaginario que allí se recrea conjuga la amenaza de la desaparición del lugar con la persistencia de sus callados pobladores. La cámara lo observa todo: el carneo de los animales, los cuentos de fogón, las procesiones religiosas, el castillo de arquitectura gaudiana. Entre ellos, la campaña electoral enseña una paradoja: esos cien habitantes, los viejos y los recién llegados, se hacen visibles en un padrón solo como artilugio de un posible triunfo. Allí aparecen las más agudas observaciones de la película, que aún en esa modestia de la puesta en escena nos permite la entrada a una urgente reflexión.