Competente secuela que envuelve una nueva metáfora sobre la paternidad
La segunda entrega de la película dirigida por John Krasinski vuelve sobre la invasión de monstruos que acaba con gran parte de la civilización y salta en el tiempo hacia el presente de la familia protagónica
Un lugar en silencio fue una anomalía: una película de terror protagonizada, coescrita y dirigida por un actor asociado habitualmente a la comedia (John Krasinski, “Jim” en The Office) que, con un presupuesto de solo 17 millones de dólares, recaudó casi 350. Sin explicaciones, la película nos ubica en un futuro inmediato donde hay monstruos que atacan todo lo que produce ruido, al punto de arrasar con, aparentemente, gran parte de la civilización. ¿De dónde provienen? ¿Cómo destruyeron todo? No lo sabemos y no importa. El planteo minimalista adelgaza el relato hasta lo único que realmente necesita: una amenaza convincente y un protagonista (una familia aislada con una madre a punto de dar a luz) cuya supervivencia nos interesa.
Esta inevitable secuela abandona la reducción a lo indispensable y repone toda la historia que acertadamente se venía esquivando: desde el origen de las criaturas hasta el estado de cosas entre los grupos de sobrevivientes. Paradójicamente, mientras más sabemos de este mundo, más inconsistente resulta. Si se nos dice que los monstruos llegaron a nuestro planeta en un asteroide que impactó en Estados Unidos es inevitable que nos preguntemos, además de cómo sobrevivieron a la colisión, cómo hicieron unas criaturas apenas más rápidas, fuertes e inteligentes que un animal salvaje para conquistar a una civilización tecnológica y global en pocos meses. Quizás haya mucho más por descubrir (ya se anunció una tercera parte) pero, al momento, el argumento presenta agujeros por los que un asteroide pasaría limpiamente.
Si bien la primera parte recibió algunas críticas en clave ideológica (¿en la era Trump una película nos dice que tenemos que callarnos?), su metáfora parecía más orientada a expresar los terrores ante la paternidad que ante la política: a qué lugar hostil traemos a nuestros frágiles hijos. Esta segunda parte retoma ese tema y el horror canaliza la ansiedad del momento en que los hijos deben enfrentarse solos al mundo. Las buenas actuaciones, en particular de Emily Blunt y la actriz sorda Millicent Simmonds, potencian la empatía con ese problema. Las escenas de acción preservan su efectividad, pero esta vez alcanzan su pico demasiado rápido: el momento más dinámico de la película es el prólogo, un flashback que cuenta el primer día de la invasión y que guarda cierta similitud con el primer acto de La guerra de los mundos de Steven Spielberg. Desde ahí, todo va ligeramente cuesta abajo.