Tras los sucesos de la primera parte, la familia Abbot debe enfrentarse al peligro que los acecha, ahora fuera de su destruido hogar. Luego de cruzar camino con un personaje que los ayudará a transitar la aventura, la amenaza inminente fuerza a la familia a tomar una decisión que puede darle una chance a la humanidad.
El cielo claro y los rayos de un sol de media tarde invaden las calles de un pueblo tranquilo y silencioso. Mientras, Lee Abbot (John Krasinski) recorre el mercado de turno de forma automática agarrando los víveres de siempre. Tras la compra rápida y con paso ligero, se acerca a la gran atracción que junta el bochinche de una comunidad dominguera; un partido de béisbol en donde juega su hijo Marcus (Noah Jupe).
Desde las gradas, tanto Evelyn (Emily Blunt) como Regan (Millicent Simmonds) apoyan al niño, asustado. Antes de su turno, el pequeño es contenido por su hermanito Beau, rebosante de esperanza. Tras un par de bateadas fallidas, los brazos de Marcus se desestabilizan por el miedo a la bola que vuela hacia él, hasta que los mismos quedan totalmente petrificados al evidenciar cómo el tranquilo cielo es interrumpido por una bola de fuego que cae lenta pero imparable. Luego, el caos. Entre rezos y desesperación, la aparición de lo desconocido marca el inicio del día 1 dentro de esta apocalíptica historia.
Tras estos intensos títulos, comienza el segundo acto de esta historia que hizo, irónicamente, mucho ruido allá por el 2018.
Día 474, una familia destrozada por el sacrificio del padre, un audífono que representa una pequeña oportunidad hacia la amenaza que los acecha y una escopeta que se recarga, reiniciando el reloj que le da unos minutos más de vida a lo que queda de este grupo sobreviviente. Recuperando el tubo de oxígeno para el recién nacido y prendiendo una llama en lo alto del silo, la familia abandona la casa hecha cenizas, retornando con pasos silenciosos esta aventura hacia el interior del bosque.
Krasinski, encargado de coescribir -junto con Bryan Woods y Scott Beck-, dirigir y protagonizar la primera parte, vuelve a sus roles en esta secuela peligrosa. Cuando digo esta palabra, me refiero a que ante semejante proyecto presentado hace años, en el que el arco argumental tanto de los personajes como de la trama cerraba a la perfección, no había un motivo real para recaer en el plan desesperado hollywoodense de hacer una secuela y, por ende, una tercera parte que dé fin a una historia que ya estaba concluida. Con un clímax que da fin a los conflictos tanto externos como internos, A Quiet Place brindó un recorrido inteligente y desesperante, y es esa inteligencia, tanto la de sus autores como la de sus personajes creados, que posibilitan que esta segunda entrega no solo sea real, sino que sea potente.
Al hablar de una parte dos, y no simplemente de una “2” al final del título, comprendemos de entrada que esta segunda película funciona como una continuación directa del conflicto principal del primer film, y no cómo una nueva aventura con nuevos protagonistas. Dicho esto, y relacionándolo con lo mencionado anteriormente, ¿Cómo puede llegar a funcionar la extensión de un conflicto ya cerrado? Krasinski hace el camino fácil, pero no por eso menos efectivo: presenta a este film como un segundo acto de la historia inicial. Entonces, ¿Es correcto armar toda una película que en realidad es un acto lleno de repercusiones arrastradas de un film anterior? Cómo fan acérrimo de historias que en 90 minutos hacen más que sagas de horas y horas, no tengo la respuesta, pero si puedo decir que esta extensión del mundo se siente muy, pero muy bien.
El hecho de que nuestra protagonista, Regan, haya abrazado el amor de su padre al entrar en el último acto del primer film, el enfrentamiento final contra las criaturas gritonas pone en pausa el duelo ante semejante sacrificio. Es ahí, en donde la culpa y el valor se pelean por salir a flote, que esta película hace enfoque.
Consciente de que la aparición de las criaturas en primer plano ya no son la novedad, y de que la búsqueda de obstáculos novedosos y enfrentamientos espectaculares son el camino más obvio a seguir, Krasinski hace trascender a la obra con su punto más fuerte; la transformación de Regan, cómo también del pequeño Marcus, personaje que toma las astas en muchas partes de esta secuela.
Es en estos caminos “fáciles” que Jim Halpert demuestra su talento. En el poster no solo vemos a lo que quedó de la familia Abbot, sino que evidenciamos la presencia de Emmet (Cillian Murphy). Ahí decimos: “listo, la nueva figura paterna”. Sí y no.
Sí el personaje es introducido como el nuevo ayudante de esta familia que apenas se recuperó de las heridas sufridas. Es el guía hacia el mundo exterior, es la fuerza bruta culposa y responsable de que el objetivo de Regan se cumpla, pero es en la focalización de la pequeña, y del duelo que transita, que la figura paterna de Emmet se transforma en la figura del perdón en si misma.
Recordemos a Regan y Lee. En la primera parte, éramos participes de como la niña se culpaba por la muerte de Beau, y de cómo su padre, perseguido por el dolor y la insuficiencia de proteger a su familia, era incapaz de demostrar sentimentalismos. Luego de los eventos del film, Lee logra decirle a su hija que la ama al sacrificarse para salvarla. ¿Qué hace Regan con este sentimiento nuevo, imposible de compartir? ¿Qué hace ante una nueva presencia masculina, corrompida por un pasado conocido? Uno de los retos principales de la niña es comprender que su lugar no está por debajo de la sombra protectora de este hombre, sino que ella es la sombra. Regan es ahora Lee, responsable del poder que conlleva, y de aceptar que en este viaje no está sola, sino que queda en ella aceptar la mano ayudante de esta humanidad agonizante.
Es así que el film, a través de sus casi 90 minutos, logra no solo posicionarse como un gran ejemplo de secuela y expansión de un mundo rico en posibilidades, sino que trasciende como una cinta necesaria para comprender que la transformación de los personajes es continua, tridimensional e infinita.
A Quiet Place: Parte 2 nos habla de hacerse cargo, sobre tomar el lugar que se necesita para afrontar las adversidades, y el que necesitamos para sacar a relucir nuestro propio ser. Cuando la primera parte nos narraba sobre el arreglar los vínculos, esta segunda es sobre qué hacer con ellos, comprendiendo que lo aprendido debe ser puesto en práctica, ahora más que nunca.
Los niños, frente a una realidad irreparable, deben abrazar el miedo para dejar de tenerlo, y la madre tiene que soltar para desproteger, ya que, en esa exposición ruidosa y letal, es dónde se puede alcanzar el verdadero silencio.