Como dos caras de una misma moneda, los estrenos de “Un Lugar en el Silencio” (2018) y su segunda parte, de flamante cosecha 2021, entregan miradas tan dispares como contrastante resulta el panorama del género del terror, a lo largo de los últimos veinte años. Un territorio permeable a la repetición, a la síntesis de recetas argumentales ya probadas, a la recurrencia de mecanismos propulsores del miedo bajo efectos archi conocidos y, sobre todo, a la proliferación de sagas, secuelas y remakes, en detrimento de un auténtico valor, un tanto subestimado por estos tiempos: la originalidad. Para muestras basta una prueba incontrovertible: pensemos en la innecesaria, forzada e irrisoria “El Conjuro 3”, que compartió cartelera en simultáneo con el film que nos ocupa.
Originalidad era una virtud que exhibía la primera parte de esta historia, anteriormente mencionada. A su llegada a los cines, vimos con buenos ojos una provocativa y singular propuesta que, en tiempos de sobreestimulación y vértigo parecía inclinarse por una concepción más minimalista: por las evidentes elecciones argumentales, que serán por completo familiares a quienes conozcan la trama, es sustraído el valor ‘sonido’. Un acontecimiento fatal colocará a los protagonistas en total indefensión ante los peligros de un mundo exterior que acecha, implacable. La aventura los deposita en las garras de un enemigo desconocido, una auténtica amenaza latente que se mueve por instinto. Ser humano versus bestias, la pugna del más fuerte se dirime en una lucha en donde la orientación sensorial dictaminará al vencedor.
Con el ruido llega la aniquilación, y la distopía garantiza una posibilidad de escape, siempre y cuando nos mantengamos en la total quietud. Y en esa pérdida, existió una consabida ganancia a la hora de hacer de dicho artilugio narrativo, un factor preponderante para crear climas de suspenso. Al igual que el grupo familiar librado a la suerte de su existencia en parajes en absoluto ideales, al cine de terror buscaba refugio…y lo encontraba, al menos de modo provisorio si analizamos la película original. La novedad deja de serlo demasiado pronto y esta precuela, de exclusivos fines comerciales, está francamente de más.
No existe factor llamativo que el paradigma apocalíptico pergeñado por John Krasinki, hace tres años, pueda revitalizar aquí. Más allá de una puesta en escena identificable y planificada con obsesiva precisión, sus recursos para provocar genuino impacto parecen visiblemente agotados. Por momentos, pareciera que estamos viendo la misma historia antes contada. Y hasta podemos adivinar los habituales escondites, el oportuno ingenio infantil, la frecuencia audible que despierta el apetito asesino de estas bestias de pesadilla y también el destino que tendrán tan horripilantes criaturas, víctimas de decibelios de onda reproductora de sonido utilizada como arma y trampa mortal.
Ejemplar del cine de terror de supervivencia, “Un Lugar en el Silencio – Parte II” justifica su existencia enlazando determinados pasajes con eventos ocurridos en la primera película. No obstante, con relajada previsibilidad, tira más allá de la cuerda de lo digno, amparándose en su otrora fórmula exitosa. Lo nuevo, ya es viejo y conocido. Y asusta poco y nada. Poco pueden hacer excelentes intérpretes (Cillian Murphy, Emily Blunt), librados a su suerte en fútil lenguaje de señas. Vivimos tiempos de simulación virtual y clonación de ideas.