El silencio es salud
La tercera película como director del actor John Krasinski sorprende: es una extraordinaria película terror clásica con una vuelta de tuerca muy original.
La película empieza con una leyenda que dice “Día 89”, las imágenes de una ciudad en ruinas y una familia buscando provisiones en un supermercado abandonado. Las referencias cinéfilas se disparan y todo indica que estamos ante una película de zombies. Pero pronto vamos a ver que hay una vuelta de tuerca: los sobrevivientes deben permanecer en silencio para que aquellos seres (todavía no sabemos qué son) no los ataquen. Lo descubrimos por sus actos y también por fragmentos de información que el director y los guionistas nos van dejando, como por ejemplo tapas de diarios que se vuelan con el viento.
La familia Abbott tiene una particularidad. Regan (Millicent Simmonds), la hija mayor, es sordomuda. Por eso todos saben lenguaje de señas, y así se comunican. Pero Regan, en esa primera secuencia que funciona como un prólogo anterior a los títulos, comete un error que desatará una tragedia y que culminará con una escena extraordinaria en la que explota la tensión acumulada en los primeros minutos: se nos escamotea el origen del peligro, hasta que finalmente lo vemos. Por supuesto, como indica el manual de las películas de terror al mejor estilo Tiburón, no vamos a ver al “monstruo” en toda su magnitud hasta bien entrada la película, pero algunos flashes bastan para transmitirnos el horror.
Un lugar en silencio es, a la vez, una película original y de manual. Casi sin diálogos hablados (los personajes se comunican con lenguaje de señas y están subtitulados), el sonido cobra una importancia mayor: pisar una hoja seca puede significar la muerte y los monstruos amenazantes se anuncian con unos sonidos que para la mitad de la película ya logran el objetivo de asustarnos tanto como a los protagonistas.
Pero todo esto, que es lo que sin dudas pone a la película en un lugar diferente al resto, está contado de forma totalmente clásica, siguiendo el manual de las películas de terror: la amenaza se va develando bien de a poco, hay un padre que tiene que proteger a su familia, hay una hija díscola que no se deja proteger, hay una embarazada cuya fragilidad aumenta la sensación de peligro y hay detalles: un clavo salido en una escalera de madera es protagonista de una de las escenas más angustiantes del cine de terror en años, dos pilas chiquitas pueden ser más peligrosas que una bomba y un reloj despertador puede dar comienzo al caos.
Con esta premisa fuerte y la narración clásica, Un lugar en silencio no precisa más: casi no aparecen otros personajes (no hay una subtrama con otros humanos amenazantes típica de las historias postapocalípticas) y tampoco se explica nada sobre la invasión, ni qué pasó con todo el mundo, ni siquiera la familia tiene un objetivo que vaya mucho más allá que el de sobrevivir. La historia está reducida a su mínima expresión y casi se podría decir que funciona como un ejercicio formal sino fuera porque, con tan poco, se delinean personajes y, hacia el final, se cierra una línea argumental entre el padre y la hija que logra emocionar.
John Krasinski es el protagonista (junto a su mujer en la vida real, Emily Blunt) y también el director y el guionista. Seguro muchos lo conocerán por su papel de Jim Halpert en The Office. Esta es su tercera película después de dos comedias que pasaron sin pena ni gloria (se estrenaron en el Festival de Sundance pero nunca llegaron a la Argentina; confieso que no las vi). Toda esta información no hace más que agrandar la sorpresa por el resultado impecable de Un lugar en silencio, que parece dirigida por un especialista consumado del terror y ya está dentro de las grandes películas del género en esta especie de época de oro junto con otros títulos tan distintos como Guerra mundial Z, las dos El conjuro, ¡Huye!, It, Avenida Cloverfield 10, Te sigue, No respires, La bruja y más.
Pero me atrevo a decir que Un lugar en silencio tiene algo que casi ninguna otra tiene, a excepción, tal vez, de las dos El conjuro: da miedo de verdad.