El terror en su punto justo
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Verdadera sorpresa para el actual cine de género, Un lugar en silencio (A quiet place, 2017) es, además de un relato contundente, la contracara del terror efectista y lleno de lugares comunes que con frecuencia llega a la cartelera local.
Tal como ocurre en Señales (M. Night Shyamalan, 2002), la película del realizador John Krasinski transcurre en el contexto de una invasión extraterrestre percibida de forma “micro”, en las antípodas del taquillero “cine catástrofe”. Pero a diferencia de aquel film protagonizado por Mel Gibson, en Un lugar en silencio los invasores ya terminaron de hegemonizar su presencia en la Tierra. Lo que queda es desolador (no tanto por las consecuencias ambientales, sino por el deceso de la población) y, si bien es posible que existan muchos sobrevivientes, lo que la película nos presenta es la vida cotidiana de una familia, compuesta por los padres (el propio Krasinski y Emily Blunt) y sus tres hijos.
La marca distintiva de Un lugar en silencio está vinculada al hecho de que, si bien ciegos, los extraterrestres cuentan con un órgano auditivo sumamente desarrollado. En consecuencia, para sobrevivir hay que evitar hacer ruidos, algo que un integrante de la familia no cumple y lo lleva directo a la muerte. Este aspecto le da al film un rasgo marcadamente experimental; pocas veces vimos una película de género en donde buena parte del metraje transcurre sin diálogos.
Tras un comienzo conciso en términos argumentales y dramáticos, lo que continúa es un expansión del relato familiar, en donde se narra la difícil cotidianeidad, el permanente acecho, y –como si se tratara de una bomba a punto de estallar- el inminente nacimiento de un integrante más, motivo de alegría pero también de preocupación; ¿cómo lograr que un bebé no haga ruido? Krasinski demuestra tener pulso narrativo, gracias a una serie de secuencias que trabajan muy bien con el fuera de campo; para que la amenaza impacte en la platea, es necesario cumplir con la dosificación de la información. Al fin de cuentas, propiciar que el espectador imagine qué es lo que genera tanto temor produce que los sustos sean mayores. Regla del buen cine de terror que aquí se cumple a rajatabla.
Con un presupuesto bajo para los estándares de Hollywood, Un lugar en silencio sabe explotar los recursos en pos de lo que narra. Colaboran –y mucho- las buenas actuaciones, sobre todo las de los niños actores, todos en su punto justo. Además de las diferencias argumentales con el citado film de Shyamalan, aquí hay una clara intención de eludir el componente moral-aleccionador, tan patente en las películas del director de El sexto sentido y La aldea. Desde este punto de vista, la de Krasinski es una película que, sin dejar de contemplar lo sentimental, tiene un anclaje profundo en la fisicalidad de las secuencias, en el devenir del tiempo y en cómo eso afecta a los cuerpos y, sobre todo, a los cuerpos en convivencia.