Sorpresa enorme en la cartelera. Esta película de terror, segunda obra como director de John Krasinski, narra la vida de una familia en un bosque. Los vemos moverse con sigilo y en completo silencio. Los vemos hablar con señas -la niña de la familia, son solo cuatro personajes, es sordomuda- y descubrimos que alrededor viven monstruos. Mientras no emitan sonidos, están a salvo, pero como corresponde algo sucederá y aparecerá el peligro mortal. Todo el film es un gigantesco ejercicio de puesta en escena cuyo virtuosismo pasa inadvertido porque se integra completamente a la trama. Hay miedo en cada plano, sin que aparezca la truculencia o la sangre desborde. Estamos lejos del susto por el susto mismo, y bien dentro del verdadero cine de terror, el de exacerbar los miedos primarios (no hay peor que temer que le suceda algo malo a un hijo, a un niño) para que reflexionemos sobre nuestra parte más primitiva. El uso del sonido -o la falta de sonido- de modo dramático está dentro de los más virtuosos de los últimos tiempos. Sería bello que una película al mismo tiempo entretenida y arriesgada, clásica y moderna, encuentre el público que merece. Si no gusta del género, también es una buena oportunidad para acercarse a él. De lo mejor de lo que va del año.