Romper el silencio puede ser algo aterrador. Así lo entendió el director John Krasinski, también guionista de “Un lugar en silencio”, que en inglés lleva el título un poco más irónico de “Un lugar tranquilo”. De tranquilo no tiene nada el pueblo en el que se desarrolla el tercer largometraje del protagonista de “Jack Ryan”.
En el antes apacible lugar ya no vive nadie. Todo está abandonado y no se sabe si la gente huyó en masa, aunque un cartel con anuncios indica que todo empezó con la desaparición de decenas de personas. La causa se conoce también a los pocos minutos y la tensión se mantiene a lo largo de la hora y media de este filme protagonizado también por Krasinski y Emily Blunt, su mujer en la vida real, que interpretan a una de las pocas familias que aun vive en esa zona en la que hasta respirar puede ser fatal y en la que la única forma de comunicarse es por el lenguaje de señas. Todo para evitar a extrañas criaturas ciegas pero con un agudo sentido de la audición para cazar a sus presas. “Un lugar en silencio” sobresale entre las producciones del género por la originalidad y simplicidad de su propuesta, su puesta en escena y el ritmo sostenido. Solo al final, Krasinski cede algo a las convenciones del melodrama, lo que no invalidad el sólido resultado final.