Escritores en crisis
Bill Borgens (Greg Kinnear) es un escritor de culto, un novelista que tuvo su momento de gloria (éxito comercial y prestigio), pero que está en medio de un bloqueo creativo demasiado largo. Divorciado, pero aún obsesionado por su ex (como para no estarlo si es nada menos que de Jennifer Connelly), quien se ha vuelto a casar, este hombre posesivo y egocéntrico la espía en su nueva casa, mientras se ocupa de supervisar la carrera literaria de sus dos hijos: Samantha (Lily Collins), una muchacha cínica y promiscua que consigue un prematuro suceso con un libro autobiográfico; y el mucho más tímido y falto de autoestima Rusty (Nat Wolff), de 16.
Esta ópera prima del guionista y director Josh Boone cae en todos y cada uno de los lugares comunes y fórmulas del cine indie sobre familias disfuncionales, intelectuales en conflicto, padres confundidos y adolescentes descontenidos (para colmo transcurre durante la festividad de Acción de Gracias, como para hacer más "emotivo" el asunto). Lo hace, eso sí, con buenos actores sosteniendo con profesionalismo el discreto material y con algunos chispazos de encanto, humor y sensibilidad. No alcanzan para reivindicar por completo al conjunto, pero al menos hacen bastante soportable el tránsito de estos 97 minutos. En esta misma línea, resultaba mucho más lograda Fin de semana de locos (Wonder Boys), de Curtis Hanson.
Lo peor del film, de todas maneras, son sus citas (obvias, torpes, falsamente “sesudas”) al universo literario y musical. Las canciones son en general muy lindas (van desde Bon Iver hasta Bright Eyes, pasando por The National), pero Un lugar para el amor quedará para siempre con el estigma de haber destruido un temazo como Between the Bars, de Elliot Smith, durante una de las peores escenas románticas que se recuerden. Eso sí es imperdonable.