Quiero que me quieran
Un lugar para el amor (Stuck in love, 2012) sigue todo los parámetros del cine indie americano pero, y más allá de lo convencional de su trama, logra trasmitir ternura con sus personajes.
La historia transcurre en invierno en la playa, cuando los hijos adolescentes del escritor William Borgens (Greg Kinnear) y Erica (Jennifer Connelly), separados como pareja hace tres años, llegan a pasar el día de acción de gracias en familia. Lo que rápidamente se pone en evidencia son las relaciones entre cada integrante del grupo: todos tienen una carencia afectiva. Rusty Borgens (Nat Wolff) es introvertido y no sabe relacionarse con chicas, Samantha Borgens (Lily Collins) se acuesta con tanto chico pueda para no enamorarse, mientras que la pareja adulta está separada: él sigue enamorado esperando que ella vuelva a su lado, mientras que ella está en otra relación pero no puede recuperar el amor de su hija.
Si hay algo positivo en Un lugar para el amor, es que sabe construir sus personajes como personajes de carne y hueso, con fallas, perdedores totales frente al mundo. Tanto que sus actitudes generan empatía con el espectador. Tal tratamiento de los personajes hace que pretendamos el mejor de los destinos para con ellos, y obviemos –de este modo- resoluciones mágicas.
Como buen cine indie que es, la película escrita y dirigida por Josh Boone atraviesa situaciones de tristeza y alegría con el mismo espíritu nostálgico, como si nos dijera “así es la vida”, para celebrar el transcurrir y percepción de momentos cotidianos. Los personajes se enamoran para luego desilusionarse y deprimirse como niños. Se golpean, saltean obstáculos, para luego volver a ponerse de pie y enfrentar nuevamente el destino. Manera de trasmitir con optimismo aleccionador los vaivenes de la vida.
Un lugar para el amor no es un cine realista. Es una fantasía romántica –sin instalarse en el género- sobre la necesidad existencial de ser queridos como seres humanos. Desde tal óptica se entienden algunas vueltas previsibles del argumento.
Sin embargo podemos molestarnos por cierta insistencia del film en mostrar a los personajes masculinos como seres tiernos y sensibles, mientras que a las mujeres como personajes fríos y calculadores. Pero tales representaciones no buscan otra cosa que expresar una experiencia personal del director en pantalla, sin intentar juzgar jamás a unos u otros. Por ende tanto la película como los seres que la componen, son sumamente queribles y dejan una sensación agradable luego de conocerlos.