La vida es una novela
Qué vida sacrificada la Bill Borgens (Kinnear), escritor en crisis, dos hijos que pretenden seguir su camino con las letras y una ex que se casó con un patovica de gimnasio. Qué pocas novedades acerca de la opera prima de Josh Boone, ubicada en ese lugar inestable denominado "cine indie".
La pretensión argumental de Un lugar para el amor apunta a describir a una familia disfuncional que se alberga en una casa con vista al mar y en las idas y vueltas de papá y sus vástagos para conformar una tríada de escritores. Por un lado, Samantha (Collins) seduce a cualquier chico que ande por ahí y vive del éxito por haber publicado su precoz autobiografía. En el otro extremo, el hermano menor Rusty (Wolff), es medio pavo con las mujeres pero que en cualquier momento emboca y vende bien el libro que está gestando. Pero hay otros personajes, como la ex de Bill, interpretada por Connelly, hermosa a los 40 y casi nula en sus recursos actorales.
Y los intentos de papá por volver a reencauzar el paraíso familiar, las citas literarias de textos conocidos proferidas de manera vergonzosa, los motivos musicales que acompañan los sentimientos de los personajes, los planos bonitos que parecen invocar a una revista de decoración y algún porro en la orilla para matar el tiempo.
La flojedad argumental de Un lugar...se disimula por algún ocasional instante de honestidad estética, donde la película se evade por un rato de las fórmulas establecidas en estos films que ya tuvieron su fecha de vencimiento. Por ejemplo, cuando Bill habla por teléfono con Stephen King pidiéndole consejos para salir de su crisis creativa. Lamentablemente, sólo se escucha la voz del creador de Cementerio de animales.