Amores que no matan
Muchos intelectuales dicen que el movimiento romántico del arte marcó un antes y un después en la forma de ver el mundo. Nosotros, los contemporáneos, somos hijos de ese sediento deseo de amar, de esas ganas de encontrar el amor verdadero. Un lugar para el amor nos lleva a observar a un grupo familiar y su convivencia con el amor. Cada uno, a su manera, es un romántico nato, que al fin y al cabo, aún sabiendo que pueden sufrir en el intento, se dejan llevar por ese sentimiento que los arrastra. Pero, también, es una película que, desde un comienzo, nos inserta en el mundo de la literatura y los procesos de escritura. De todas maneras, aunque la propuesta parece bastante interesante, Josh Boone no logra contornear el film de forma tal que demuestre desde lo estético -sea guión o fotografía- su idea. Esto hace una película un tanto, liviana o poco fundada.
Un lugar para el amor comienza con una clase de recursos poéticos y, luego, se entrelazan varias referencias a la literatura, en especial la figura de Stephen King. La película, en alguna forma, juega con esa idea de personajes que se han alimentado de los amores de las novelas y llevan, por esta razón, una actitud de entrega absoluta hacia el amor idílico. Encontramos, entonces, en las primeras escenas, al joven escritor, hijo de Bill, recitando, para sus adentros, el poema que le inspiraba escribir la chica que le gustaba. Vemos, también, cómo en uno de los discursos que realiza Bill predomina la referencia al amor visto desde la literatura. La vida que lleva Bill, también responde a su idea de amor idílico, ya que promete esperar a su esposa, aún habiendo pasado ya tres años se separación. Acciones como poner el plato y los cubiertos de ella siempre que va a comer o el hecho de no haber podido escribir todos los años que no estuvo con ella dan cuenta de su idealización.
Sin embargo, esta idea del amor se apoya en la vida concreta. El hijo de Bill logra estar con la persona que ama. Pero no todo es bello, ya que ella sufre por su adicción a las drogas. La figura de la hija de Bill toma, en gran parte de la película, el lugar de la razón. Pero, también, recoge una idea actual que se sitúa en un pensamiento pesimista en relación al amor. Ella es la que trae los pies a la tierra, pero también representa el lugar de la desconfianza al amor, la idea del romántico escondido bajo la máscara del desinterés por miedo de sufrir.
A pesar de que la película pueda parecer una invitación a mundo de la literatura o al amor sin restricciones racionales, esta idea no queda bien marcada. Las alusiones a la literatura son meramente ornamentales y no funcionan como recursos movilizadores o que efectúen belleza. La idea del amor queda sólo plasmada desde el guión pero nunca trasciende lo discursivo. El film nunca genera desde lo estético una idea de amor romántico e idílico. Tampoco los parlamentos de los personajes son movilizadores.
Un lugar para el amor resulta una buena propuesta, pero no logra concretar sus interesantes ideas de una forma más profunda o comprometida con el arte. La propuesta se queda en lo conocido y lo aceptado en las películas románticas.