Bombachitas rosas
Luego de Un Camino Hacía Mi (The Way Way Back) llega otra “feel good movie” a nuestras carteleras con Un Lugar para el Amor (Stuck in Love). Ambas nacen del circuito “indie” de Hollywood con caras conocidas para llegar al mayor público posible. Las dos carecen un poco de profundidad, las dos están fríamente calculadas para emocionarnos en el momento correcto, las dos son circulares y terminan donde empiezan, las dos resultan bastante obvias, pero aun así las dos funcionan.
El crack de Greg Kinnear (un actor siempre solvente y confiable) es William Borgens, un padre divorciado que deambula por la vida espiando a su ex mujer y bajando línea para que sus hijos Samantha y Rusty, interpretados por Lily Collins y Nat Wolff, sigan su linaje y sean escritores. La madre de los niños es Erica, bueno en realidad es la desaparecida y cada vez más escuálida Jennifer Connelly, que se separó de su papá luego de engañarlo con un muchacho bastante más musculoso que él.
Samantha sería la chica rara quien, gracias a la hermosa puesta de cuernos y separación de sus padres, no cree en el amor. Por otra parte Rusty es un goma bárbaro que fuma bastante marihuana y que está enamorado de Kate (Liana Liberato), la chica más linda de su curso que también tiene algunos problemas con las drogas, aunque con unas un poco más pesadas. Sí, todo eso sumado representa la típica familia disfuncional que nos viene vendiendo Hollywood desde que el viento sopla, y que siempre compramos. Por algo es la industria cinematográfica más grande del mundo y que se viene manteniendo a más de 100 años de su nacimiento.
Las mujeres marcan el ida y vuelta de las relaciones en Un Lugar para el Amor.
Una disipada e incipiente Connelly, que por ende termina siendo poco creíble, se encarga de marcarle la cancha continuamente al bueno de Kinnear. Collins juguetea todo el tiempo con Louis (interpretado por Logan Lerman) por miedo a ser lastimada. Mientras que el adolescente Wolff tiene que ir detrás de la sombra de la recuperación de Liana Liberato. Las mujeres de la ópera prima de Josh Boone tienen mucho de ese “cuando te busco no estás, cuando te encuentro te vas” del que hablaba el gran Alejandro ”Bocha“ Sokol en ese himno al histeriqueo femenino llamado Bombachitas rosas.
Todo está empaquetado de tal manera que la obra de Boone nos haga sentir bien, pero hay alguien que resalta, que eleva a Un Lugar para el Amor de la chateza generada por su obviedad y ese es Greg Kinnear. Kinnear le aporta temple y corazón, está como siempre preparado para decir sus líneas con las palabras y la gestualidad justa. Desde su boca todo suena natural, espontáneo y sentible. Además de la presencia del actor de la querible Ghost Town está en las apariciones de Kristen Bell, que sería su amiga con derecho y que se lo trinca cuando sale a correr, y en el cameo (por teléfono) de Stephen King los mejores momentos del film. Cuando Bell entra en escena algo se mueve, la película revive con su energía y en la escueta participación de King (cuyas obras literarias ya habían sido invocadas en varias oportunidades por el relato) existe un espíritu burlesco que consigue bajar el pomposo tono. Si se hubiese aferrado más a ese dejo hilarante estaríamos en presencia de una obra bastante más lograda como Pequeña Miss Sunshine, pero no por eso Un Lugar para el Amor resulta una mala opción para este fin de año en los cines inundados de dioses, hobbits y juegos hambrientos.