Escrito y borrado
Al padre William (Greg Kinnear) los hijos lo respetan un poco por haber escrito un par de novelas exitosas y ser el referente de los aspirantes noveles en términos de literatura. A la madre (Jennifer Connelly) la hija no la quiere ver ni en figurita dado que no le perdona la infidelidad de la que encima fue testigo involuntaria. El hijo Rusty (Nat Wolff) vive a la sombra del padre y de la hermana que acaba de lograr que le publiquen una novela donde saca los trapitos al sol de una familia norteamericana promedio con problemas afectivos.
¿El resto de la historia? un sin fin de lugares comunes solamente en el contexto de las idas y venidas amorosas de cada personaje donde los mayores intentan recomponer lazos y los adolescentes enamorarse sin culpa y sin dolor. ¿Acaso se puede? parece que en Un lugar para el amor todo es posible: se sufre un poco ya sea por amor; por el tiempo perdido; por el flagelo de las drogas; por la enfermedad del otro y luego la segunda oportunidad llama a tu puerta y encima en el día de acción de gracias.
Todo transcurre en el invierno y metafóricamente hablando los corazones fríos de los adolescentes se reblandecen o por lo menos eso le ocurre a Samantha (Lily Collins), la futura Patricia Highsmith, promiscua, orgullo de papá y mamá que conoce al muchachito medio insistente y amante de los policiales para que le cambie la perspectiva sobre la vida y la importancia de los afectos. En el caso de Rusty la historia transita por el despecho y decepción amorosa al elegir una muchacha con algunos problemitas de adicción.
¿Moralina barata? sí; actuaciones que valen la pena también pero lo primero que uno debe preguntarse es quien corta el pavo cuando un cine independiente o en apariencia de serlo recurre de manera insistente en el abc del estereotipo sin moverse de ese cómodo espacio que busca empatía directa y no toma riesgo alguno.
La mesa está servida y comida hay para todos.