Remake de un film devastador, realizado por Abel Ferrara. El policía corrupto y drogadicto con arrebatos mesiánicos que interpretaba Harvey Keitel no tiene reemplazo posible. Nicolas Cage es un actor que tiende a sobreactuar. Puesto en la piel del teniente de policía de Nueva Orleans, Terence MacDonagh, lo suyo es un festival de exageraciones. En el film original, el asesinato de una monja en una iglesia produce en el detective una suerte de delirio místico. Acá la trama circula en otro registro. No sólo cambia de ciudad, sino que a McDonagh le toca investigar el asesinato de cuatro inmigrantes senegaleses. Adicto al juego y a las drogas, se mueve entre alaridos y risotadas absurdas. Las muecas de Cage, las perversiones sexuales del personaje, más alguna ironía, no alcanzan a hacerle sombra a aquel film ejemplar. Werner Herzog, mal trasplantado a Hollywood. Aquella era una lección de cine, esta por momentos parece su caricatura.