Entre el humor oscuro y las fuerzas de la naturaleza
Werner Herzog no es un cineasta: es una fuerza de la naturaleza. Sus películas, llenas de personajes y paisajes más grandes que la vida, pintan unpanorama preciso de la imaginación. Es cierto; como cualquier artista, tiene obras mayores y menores. Pero en cualquier caso está aparte del resto del cine. Films como Fitzcarraldo, Aguirre, la ira de Dios, Woyzeck o La salvaje y azul lejanía son películas en voz alta, cuyo desquicio sólo es aparente en la medida en que sus personajes viscerales –a tono con las fuerzas naturales que representan– colman la pantalla. Se trata en realidad de films precisos, donde cada plano tiene un sentido no necesariamente narrativo.
El gran tema de Herzog es el contraste entre lo humano y la naturaleza, la necesidad del ejercicio del poder –y sus límites. Por lo demás, es claro que de lo humano le interesan las vísceras, y que el mundo vegetal, animal y mineral le son mucho más afines. Cualquier material que pueda reflejar esa preferencia es bueno para Herzog: Un maldito policía en Nueva Orleans, basado en el film original de Abel Ferrara pero, por suerte, sin su insistencia en la simbología católica que lastraba la famosa película.
La historia es la de un detective, adicto a los analgésicos –y a toda clase de drogas, además del juego–, que debe investigar el asesinato cruel de una familia africana. Lo interesante del personaje es que, a pesar de sus abusos de autoridad y de ser absolutamente disoluto, es verdaderamente un buen detective. Nicolas Cage demuestra, una vez más, que es mejor cuando hace papeles desatados e imprevisibles. Su trabajo se vincula con el que realizó en El beso del vampiro, film de culto de 1988 donde Cage imitaba al Klaus Kinski de Nosferatu; film –claro– de Werner Herzog. El actor parece extraño y familiar, trágico y divertido, al mismo tiempo y en cada plano. Mérito del tándem actor-director. Ambientar el film en el Nueva Orleans del inmediato post Katrina agrega algo importante: la naturaleza está desbocada y permite que el comportamiento gigantesco del personaje de Cage tenga su correlato en el ambiente.
Hay algo de alucinatorio en la puesta en escena, aunque jamás Herzog opta por algún efecto especial para subrayarlo: simplemente deja que el elemento extraño se note en el plano: iguanas que cantan, cocodrilos moribundos, tiburones en la pared. El mundo natural es la alucinación de la razón.
Herzog filma Nueva Orleans –y Estados Unidos– como lo hizo en La balada de Bruno S., alejado del lugar común tanto de las luces urbanas como de la miseria campesina. Nueva Orleans es el cruce de caminos entre lo atávico y lo primitivo y lo moderno; eso mismo es el personaje. De lo insólito, de las reacciones únicas y naturales demasiado naturales, de la invención desprejuiciada pero precisa del realizador surge el humor –un humor raro y oscuro, ese que Tim Burton no logró en la Alicia que lanza este mismo jueves– que impregna todo el film.
Paradójicamente, este Maldito policía es una película alucinatoria de dimensiones tan humanas que se vuelve gigante. Se disfruta y se sufre, como una montaña rusa. O, para ser fiel a Herzog, como recorrer descalzo y corriendo todos los Himalayas.