Regreso con gloria
Junto a My Son, My Son, What Have Ye Done, la otra película que Werner Herzog presentó en el pasado Festival de Venecia, Un maldito polícia en Nueva Orleans plantea una excéntrica aproximación al universo de la demencia urbana. Un ejercicio de antropología suburbial que el director de origen alemán sitúa en el corazón de una América que bascula entre lo mitológico y lo onírico. A Herzog le interesa investigar el modo en que el contexto social responde ante los trastornos psicológicos de sus habitantes y parece llegar a la conclusión de que, en el mundo actual, la supervivencia pasa por la locura. El resultado, es una película proclive al esperpento y bañada por una cruda ironía.
En Un maldito polícia en Nueva Orleans, Herzog acomete la revisión/variación de la película que Abel Ferrara rodó en 1992. Espléndidamente protagonizada por uno de los peores actores del panorama actual, Nicolas Cage (cuyo incontenible histrionismo es hábilmente explotado por Herzog), el film sitúa su ámbito de acción en la Nueva Orleans post-huracán Katrina, convirtiendo la ciudad (sus calles, hoteles, casinos, suburbios y cementerios) en un agente narrativo primordial. En este escenario, Herzog lleva a cabo una disección alucinada de los códigos del cine policíaco. El denso y trepidante guión de William M. Finkelstein permite al director alemán aferrarse sin miedo a los pilares de la narrativa clásica y a los arquetipos del género negro (cerca, por ejemplo, del James Gray de Los dueños de la noche/We Own the Night). A la postre, son estos sólidos cimientos los que permiten a Herzog construir el truculento, eufórico y lisérgico universo por el que transita Terence McDonagh (Cage), un teniente de policía que se sumerge en el pozo de la drogadicción por culpa de unos dolores de espalda crónicos.
La mano del director de Stroszek se deja ver en la exploración de la animalidad del personaje de Cage y en sus hilarantes brotes psicóticos, el más memorable de los cuales lleva al protagonista a exclamar “Shoot him again, his soul is still dancing!” (¡Dispárale otra vez, su alma todavía baila!), a lo que sigue un plano del “alma” del criminal en cuestión bailando break-dance. Finalmente, la diferencia más importante de la película de Herzog respecto a la de Ferrara es la ausencia del referente religioso que determinaba el declive y redención del teniente corrupto al que daba vida Harvey Keitel.
En esta nueva versión, la redención llega de la mano del azar (una conclusión que recuerda a otro film de Ferrara, Go Go Tales) y tiene más que ver con el absurdo y caótico (des)orden social que rodea al personaje que con una regeneración espiritual, un cierre que pone de manifiesto la combinación de fina sátira y afilado cinismo que recorre todo el largometraje.
(El presente texto es una extensión de lo escrito por el autor durante el Festival de Venecia de 2009)