De la pretensión a la pretenciosidad
Los excesos de Herzog esta vez no suman en el intento por realizar una buena película.
Hay que reconocerle a Werner Herzog el hecho de no sentirse intimidado por ese pequeño clásico de culto policial llamado Un maldito policía, dirigido por Abel Ferrara en el mejor momento de su carrera y con un Harvey Keitel poniendo su cuerpo hasta el borde de la extinción. El director de Aguirre, la ira de Dios sólo toma un par de elementos presentes en el original de 1992, para pasar a construir un objeto fílmico totalmente propio e independiente.
Pero la autonomía no significa necesariamente brillantez. Ni siquiera corrección. Y la verdad es que Herzog, un director que siempre supo hacer del exceso una virtud, explorando las distintas dinámicas del poder, del hombre enfrentado a lo abismal de la naturaleza, del ser humano sobrepasando los límites de la conciencia para adentrarse en la locura –casi como un equivalente cinematográfico del tratamiento literario que ha distinguido a Joseph Conrad-, acá patina y cae.
Muchos elementos de la filmografía del director están presentes en Un maldito policía en Nueva Orleans. Desde la Naturaleza, así con mayúsculas, intentando convertirse en un personaje más, hasta el tour de force actoral –con Nicolas Cage tomando la posta de Klaus Kinski-, pasando por la noción del hombre desbordado por lo que él mismo genera a su alrededor, por un contexto del que él es su principal fabricante y exponente. Pero la pretensión se nota demasiado, las imágenes alucinatorias nunca fluyen sino que hacen demasiado ruido y Cage no sólo no es Kinski, sino que aparece en su peor vertiente: esa en la que confunde la actuación con la payasada.
Un maldito policía en Nueva Orleans es un filme que ya a la mitad de su metraje cansa rápidamente, que no genera un interés genuino en los personajes y del que sólo se pueden extraer ciertos elementos interesantes, como la metáfora política que puede aparentar ser obvia y facilista pero aún así no carece de potencia y complejidad o un manejo de las tensiones y el suspenso que se aleja del lugar común hollywoodense, trabajando sobre las expectativas del público.
No hay mucho más, y suenan bastante exagerados los elogios de la crítica local hacia la película, donde indudablemente pesó (y mucho) el nombre y la carrera de Herzog. Incluso se incurrió en el apresuramiento de tirar abajo el filme original de Ferrara, cuestionando básicamente su metáfora cristiana, como si su ideología religiosa fuera un defecto en sí mismo. En verdad, esa película se sigue sosteniendo como un pequeño clásico, crudísimo en su narrativa y concepción. Y supera por varios cuerpos a su remake.