Intercambio de ideas con consecuencias
El director eligió el albor del siglo XX, el despertar de las ideas del psicoanálisis, la pugna entre sus figuras, para que se escuche el eco actual de un debate, y para que las voces contemporáneas también vayan encontrando su propio lugar.
"Constantemente exploro lo que significa ser humano en todas sus
extrañas facetas. Poder encontrar figuras de la historia como estas,
la de este film, es un gran regalo. No he tenido que inventar nada.
Tal como se ve en la película fue Sabina S. la que le sugirió a Freud
que existe una conexión entre erotismo y violencia, entre sexo y
muerte". Entre otras palabras, de un extenso reportaje, publicado en la
revista Dirigido por... en su edición del mes de noviembre del 2011,
cuando se estrenó Un método peligroso en España, David Cronemberg
va trazando un perfil y un recorrido sobre la construcción de este
film que, afortunadamente ha abierto numerosos debates.
Una vez más, el realizador de tantos polémicos films, y notables,
para el firmante de esta nota como Pacto de amor (1989) y M. Butterfly (1993), entre otras, nos acerca a situaciones que se proponen como desafíos, que se ubican en un territorio límite y que aquí, desde el título mismo, ya en el escenario de las ideas de la Europa de los primeros años del siglo XX, dan lugar a un juego de rivalidades entre maestro y discípulo, entre teorías y procedimientos, entre saberes e historias de vida.
En un momento ya avanzado del film, en el que el Freud y Jung viajan juntos a la metrópoli neoyorquina, en ese viaje en el que se ha insinuado la posibilidad de la narración de un sueño del maestro a su sucesor que no pudo llegar a ser, el mismo Freud, que en el film sólo ocupa contados momentos a nivel de presencia física pero que es una voz permanente desde el accionar terapeútico del joven Jung, expresa con cierto grado de ironía, ya mirando de frente desde la cubierta del barco a la imponente ciudad que se alza frente a sus ojos: "¿Sabrán los americanos que le estamos trayendo la peste?".
Desde el maestro y el discípulo, desde el mismo vocablo transferencia, desde el proyección que la naciente disciplina, el psicoanálisis provoca en los diferentes ámbitos, a partir de este universo de signos y voces, y en un espacio que parte de una novela para ubicarse en la escena teatral, el lugar de la conversación, David Cronemberg ubica a tres personajes, dos hombres en permanente estado de intercambio de ideas y una mujer que, desde su cuadro de angustia, de desesperación, de dolor, revivirá, desde la terapia operada por el mismo Jung, con el método freudiano, los terribles y vejatorios días de su pasado, los que serán revividos, desde un vínculo que pone en crisis el mismo concepto de tranferencia. Dos hombres y una mujer, mediando pendularmente en ese vaivén temporal, que se abre en una clínica de Zurich en 1904, cuando un día una tal Sabine Spielrein, de 18 años, dominada por un desencajado ritmo de sus mandíbulas nos devuelve un comportamiento que va diluyendo su propia identidad.
De tradición hebrea, de origen ruso, la historia de Sabine Spielrein es la que domina el campo escénico del film, en tanto es la que va marcando el mismo replanteo de las propias ideas de maestro y discípulo. Y es ella misma, quien desde la puesta en acto, junto a Jung en las situaciones íntimas, podrá reinventarse más allá de las dolorosas situaciones traumáticas, llegando a ser una reconocida profesional en el campo de la mente humana en su tierra natal. Sobre la tormentosa y apasionada relación entre el doctor y la paciente, ya el realizador de Sostiene Pereira, Roberto Faenza, había ofrecido en 2002 un film que conocimos aquí, en nuestra ciudad en el circuito del cineclubismo, Te doy el alma, en el que Iaian Glen y Emilia Fox componían los roles principales.
Como Cronemberg ha observado, a partir de lo que los textos originales ofrecían, el film cierra sobre los umbrales de la primera guerra mundial. Y al respecto, y en relación este capítulo que desencadenará en tantos otros del horror del siglo XX, genocidios y holocaustos, entonces, señala el director, en términos ya de interrogantes, si sólo podemos hablar ya en términos de locura individual o si debemos ampliar nuestra mirada y ver ciertas conductas en un espacio de presiones, quiebre de valores, humillaciones, que degradan al individuo. Por eso el director ha elegido el albor de un siglo, el despertar de esas ideas, la pugna de las mismas para que escuchemos aún hoy el eco de un debate, y desde él, tantos otros y para que desde el mismo sucederse de esas voces, las nuestras vayan encontrando su propio lugar.
Tal vez, por eso, la llegada de ese cuarto personaje. Se llamaba Otto Gross, era paciente de Freud, tóxico dependiente y en esos años había violentado todas las reglas. Es ese personaje que deambula por un camino de cornisa, que mira con atracción lo que, tal vez, algunos estiman que hay que reprimir. Para él ya no hay ley.
David Cronemberg no juzga a ninguno de sus personajes. En esta "Conversación sobre un método peligroso", cada uno se va expresando libremente. Nosotros escuchamos, recibimos sus opiniones, nos interrogamos.