¿Un relato salvaje búlgaro? Sí, pero a diferencia del autóctono filmado por Szifrón, acá sabemos quiénes son los buenos y los malos. No hay lugar para la confusión. Se puede estar en desacuerdo sobre el trazo grueso en la descripción de los personajes y en el carácter determinista de ciertas situaciones, no obstante, es bueno que una película nos recuerde el estado de podredumbre moral que recorre gran parte del mundo, de explotación, de garcas que se regodean entre banquetes y ágapes mientras generan miles de pobres por minutos. Ese universo dividido en dos es el que muestra Un minuto de gloria.
El disparador de la trama es el que tantas veces hemos visto en filmes de suspenso. Tsanko Petrov es guardavías, vive solo en un lugar humilde con sus conejos y encuentra una enorme suma de dinero. De entrada queda de manifiesto la capacidad de los directores para manejar las elipsis como la voluntad por dejar en claro que la moral de un trabajador es la antítesis de la de los funcionarios inescrupulosos que dirimen los asuntos en escritorios y sin despegarse un minuto del celular. La honestidad de Petrov vale mucho como gesto en el imaginario del espectador, sin embargo, lo conduce a un camino donde la corrupción (obrera y política) alterará su destino.
En esa polaridad, la otra punta es una mujer que rinde pleitesía al ministro. Se llama Julia Staijova y es capaz de vender a su madre con tal de que no se desarme su estructura burocrática. Vive para el trabajo y atiende los reclamos aún en los momentos en que se somete a un tratamiento de fertilización. Es la cara visible del castillo kafkiano que utilizará a Petrov mediáticamente, que lo despojará de su bien más preciado, un reloj familiar heredado, que se reirá de su tartamudez y que, finalmente, querrá sacárselo de encima. Hay una gestualidad con pocas palabras, que contrasta con la histeria verbal de gente encerrada en la burbuja política dispuesta a someter a los otros al espectáculo más humillante. En este sentido, el protagonista queda atrapado en una maraña manipuladora (como el Sr. K del escritor checo) cuya lógica es la del reality: un minuto de gloria deviene necesariamente en una pesadilla.
El recorrido de ambos personajes es seguido por una cámara nerviosa que oscila entre un registro documental de los espacios y los planos cerrados. Seguramente se discutirá sobre el final, no obstante ¿qué se puede esperar cuando el poder es corrupto, ejerce una violencia capaz de provocar indigencia, explotación y degrada a las personas hasta llevarlas a límites insospechados con la complicidad de una justicia ausente, en todos sus órdenes, para los más necesitados? Lo que se puede esperar es la otra justicia, la del ojo por ojo y diente por diente. A los que le perturbe la moraleja de la película, deberían reparar en ello.
Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant