EL AMOR Y LA FURIA
Un momento de amor, de Nicole García -figura del cine francés más reconocida como actriz que como directora-, arranca con una pésima traducción -inexplicable cómo Mal de piedras se convierte en Un momento de amor-, y continúa confirmando desde su estructura dramática todos los prejuicios que se pueden tener hacia el cine qualité europeo. Esto no quita una mirada femenina audaz a pesar de sus clichés visuales y un relato que hace de las dos horas una larga jornada hasta los últimos veinte minutos del desenlace, que procuran atar todos los cabos sueltos que abre el enorme flashback. Su convencionalidad narrativa y un apartado visual prolijo que entrega escasas secuencias memorables hacen de esta película un film poco atractivo al que, sin embargo, la actuación de Marion Cotillard sostiene con estoicismo a pesar de las irregularidades.
Gabrielle (Cotillard), se encuentra junto a su marido José (interpretado por Alex Brendemuhl) llevando a su hijo a un concurso de piano en Lyon. Repentinamente ella tiene una corazonada y abandona el coche, anunciando que los alcanzará luego. Este es el pie que abre el enorme flashback que esencialmente describe cómo se llega a ese punto y el porqué de esa decisión. Y aquí está el primer problema del film: el peso de lo que ocurre no termina de justificar casi una hora y media de un relato que, de no ser por alguna elección visual, podría confundirse con un melodrama televisivo soso y previsible. García nos pone inmediatamente en la sensibilidad de Gabrielle, que parece tener algún problema para contener sus emociones, algo que la familia se apresuró a diagnosticar como locura tras una malograda fiesta en el pueblo, donde no fue correspondida por su profesor. Su madre, interpretada por Briggite Rouan, arregla entonces un matrimonio con un muchacho trabajador al que cree “correcto” (José), desencadenando una relación arreglada condenada al desamor. Naturalmente, al situarse en los cincuenta, existe una lectura arcaica sobre la mujer que hace que necesite un “macho” a su lado, algo que la película da a entender a través del personaje de la madre. Sin embargo, la forzada convivencia se ve interrumpida por una enfermedad en los riñones (de aquí el título original “mal de piedras”) que la lleva a ser internada en un sanatorio hasta su eventual cura. Allí conoce a un teniente (interpretado por Louis Garrel) con el que tiene un apasionado romance que le permite evadirse de las presiones de su vida, pero su cura lo alejará de este amor, del que no recibirá ninguna respuesta a pesar de haber acordado volver a encontrarse. Las piezas que faltan en este rompecabezas son el giro del desenlace, que da respuestas pero termina siendo torpe en su ejecución.
En definitiva, Un momento de amor es un film que ingresa en esa cuestionable zona del cine “arte” más sobrevalorado, aquel que se escuda en temáticas densas que, cuando se van deconstruyendo, terminan dejando sabor a poco debido a la vacuidad narrativa y un clasicismo que desde su convencionalidad termina aburriendo por su linealidad. No pueden negarse algunas pinceladas de talento en, por ejemplo, un plano largo que funciona como elipsis en el momento en el que crece el hijo de Gabrielle, o la sequedad de algunos diálogos que se desarrollan con sutileza, en particular aquellos que se dan con la madre de Gabrielle, uno de los focos de conflicto mejor resueltos. Sin embargo, se trata de un estreno esencialmente olvidable.