Melodrama pasional con ínfulas literarias.
“Este es un primer encuentro, nos volveremos a ver”, le dice el señero doctor a Gabrielle Rabascal. Corren los primeros años 50 y el especialista quizás esté pensando en ese término aún utilizado en aquellos tiempos: histeria femenina. Es que la joven, usualmente con la cabeza enfrascada en algún libro o directamente en la luna, se ha obsesionado a tal punto con su profesor –casado y a punto de ser padre– que la familia ha decidido hacer finalmente una consulta médica. La experimentada actriz y realizadora francesa Nicole Garcia (Place Vendôme, El adversario) se apropia aquí de la novela Mal de piedras, de la autora genovesa Milena Agus, e intenta consumar un matrimonio de difícil convivencia: el melodrama pasional con ínfulas literarias y el estudio de carácter psicológico. Y es que Gabrielle –en un papel diseñado a medida para Marion Cotillard–, más allá de ser una muchacha de carácter fuerte que siente como las convenciones sociales y familiares la encorsetan hasta la asfixia, efectivamente sufre de un par de males. En principio el mal de pierres del título original (los familiares cálculos renales), pero también una predisposición hacia la melancolía y el apasionamiento amoroso, una cierta fragilidad a la hora de recibir el flechazo y caer rendida ante la imposibilidad de la consumación.
La primera escena del film, en la ciudad de Lyon y una década más tarde, anticipa que la protagonista finalmente se casará y tendrá un hijo, aunque el súbito reconocimiento de un domicilio que se creía olvidado la hará bajar del taxi ante el desconcierto de los suyos. El relato volverá a esa instancia durante los últimos minutos, pero el tuétano narrativo recorrerá una década de vida previa: el casamiento acordado con un inmigrante español llamado José (el catalán Àlex Brendemühl, recordado protagonista de Las horas del día, de Jaime Rosales), su mudanza a La Ciotat y el comienzo de un exitoso negocio en la construcción, la pérdida de un embarazo y el diagnóstico de la enfermedad renal, cuya consecuencia directa será la estancia durante varias semanas en un hotel termal suizo. Allí conocerá al teniente André Sauvage (un impertérrito Louis Garrel, que no le hace los honores a semejante apellido), postrado por una enfermedad contraída en el frente de batalla de Indochina, el comienzo de otro apasionamiento que no terminará -ni mucho menos- junto con el alta médica.
Las intenciones de Garcia son evidentes: unir el clasicismo romántico con una descripción de circunstancias sociales, en momentos en los cuales el rol de la mujer estaba cristalizado en compartimientos estáticos. Si bien el film logra algunos apuntes interesantes al respecto –en particular en lo que hace a la relación de la protagonista con su madre–, Un momento de amor no logra que esos dos intereses terminen de coagular y el resultado es un relato episódico en el cual los momentos de mayor intensidad se sienten forzados por las expresiones de los intérpretes, el encuadre y la música. La novela de Agus, escrita en forma de diario personal, está empapada por la subjetividad de la narradora. La película, en cambio, está construida a partir de, al menos, dos miradas, aunque una de ellas permanezca oculta durante bastante tiempo, generando un efecto quizás no deseado por la realizadora: cada paso de la heroína puede ser visto como un acto de entrega amorosa, un acceso de capricho o el más radical de los egoísmos.