Un momento de amor: melodrama lavado e inerte
La directora -y actriz- Nicole Garcia tuvo en su carrera películas misteriosas e intensas como Place Vendôme y El adversario, que se vuelven añoranza frente a algo como Un momento de amor. Aquí estamos ante un relato mayormente construido como flashback, ante un melodrama lavado, inerte, anestesiado, hecho de forma caligráfica, con una pasmosa incapacidad para poner en escena el deseo y para transmitir alguna clase de deseo en la mirada, para hacernos creer en lo que el artista pone en juego, para convencernos y seducirnos frente a lo que experimentamos, así sea falso de toda falsedad. Algo así como lo que pedía Oscar Wilde: necesitamos menos creer en lo que se nos dice que en la decisión de quien lo dice, porque así creeremos todo.
Pero ni una opción ni la otra: Garcia filma esta historia de mujer infatuada en los años cincuenta con una molicie casi paródica: los arrebatos y los enamoramientos de Gabrielle (Marion Cotillard) -con agua en sus genitales incluida- son de una obviedad inadmisible, sobre todo porque aquí no hay fuga hacia ningún vuelo estilístico ni delirio alguno (sobre esta base, Luis Buñuel, Manoel de Oliveira, Raúl Ruiz o Arturo Ripstein podrían haber hecho una gran película). El delirio, en todo caso, es apenas clínico, mortalmente pedestre, inane, como toda esta película "bien hecha y bien actuada", en el sentido más irrelevante y olvidable de esa palabra de cuatro letras.