La lectora cuya imaginación lo podía casi todo
Marion Cotillard es una mujer que necesita amar con desesperación, en este filme intrincado.
Es una historia de amor vivida con desesperación, como una tragedia, pero a Gabrielle le resulta imposible sentir de otra forma. Su imaginación, lectora febril, es tal que podría jugarle una mala pasada.
Nicole García adaptó (y mucho) la novela Mal de pierres, de la italiana Milena Agus. Tanto, que trasladó las acciones de Cerdeña, en Italia, donde transcurre todo el libro, a una región francesa cercana a España, y a Suiza. Culminada la Segunda Guerra Mundial, Gabrielle (Marion Cotillard) sufre el mal de las piedras, cálculos en los riñones, pero su familia cree (“Con ella nunca se sabe…”, es la opinión de su madre distante) que en verdad sufre de una “inestabilidad emocional”.
Primero la casan de prepo con un trabajador rural español que huyó del franquismo, José (Alex Brandemühl, Mengele en Wakolda). “Será desdichado. No lo amo, no lo amaré”, le dice Gabrielle. “Yo tampoco la amo”, le miente José.
Lo cierto es que Gabrielle terminará internada en una clínica en Suiza, para recuperarse. Allí Gabrielle conocerá a un soldado herido en Indochina (Louis Garrel, de Soñadores, de Bertolucci), y creerá encontrar en él al amor de su vida.
La película de la directora de Place Vendôme habla sobre las posibilidades del amor, aunque a veces pierde las riendas (como si fuera posible tenerlas dialogando sobre ese tema). Toma a Gabrielle no como una loca de amor, sí como una mujer que necesita amar con desesperación. Y cuando la realidad no le ofrece la consecuencia de lo que busca, bueno, ahí comienzan a jugar la imaginación, el deseo, la frustración.
Marion Cotillard está casi todo el tiempo en pantalla. Difícil imaginar cómo hubiera sido esta película sin la presencia de la actriz de La vie en rose y Dos días, una noche. Su Gabrielle es libre e independiente, va por lo que desea, pero con un ímpetu que el guión no sabe, ya no explicar sino esbozar. García da por sobreentendidas demasiadas cuestiones, sin llegar a psicologismos.
Y Cotillard batalla. la pelea y guerrea con todo lo que tiene a mano, que en la pantalla cuando no son los diálogos, son los gestos.
Los cuerpos como recortados en la campiña, o las violetas cortadas son apenas los toques de color de un filme que sintetiza todo en un diálogo: “Cuando me prestan un libro, termina mal”. “Entonces, se lo regalo”.
Ojalá fuera tan fácil.