Arte para combatir la fatalidad.
J.A. Bayona nunca ha escondido su predilección por el cine fantástico de Hollywood de los ochenta, aquél que devoró con los ojos cuando era un adolescente, y que irremisiblemente le llevó hasta las raíces más clásicas, las de Frankenstein (James Whale, 1931) o King Kong (Meriam C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, 1933), citados visualmente en la película.
Junto a este origen cinematográfico, deberíamos añadir su gusto por la plasticidad del videoclip y su mitología peculiar en cuanto al terror, que tan bien ha fortalecido dirigiendo capítulos para la serie de televisión Penny Dreadful (John Logan, 2014-2016). De todo esto hay en Un monstruo viene a verme (A monster Calls, 2016).
La revisitación cinéfila que Bayona ha realizado al universo de Tim Burton (Sleepy Hollow, 1999) o Guillermo del Toro (El laberinto del fauno, 2006) no se sostiene en una doble narración entre el mundo real y el fantástico, que no encuentra un tono general donde acomodarse, y se pierde en una melancólica reivindicación del cuento de hadas, aunque un poco contado a la ligera.
Existe una imagen potente en Bayona, incluso tenebrosa, con un terror gótico cercano a la estética densa de los relatos de Edgar Allan Poe. Su uso del plano general para acotar sus paisajes nebulosos, nocturnos y lunáticos, donde el misterio parece acechar en cada rincón de las habitaciones, es lo mejor de una película que alcanza su mayor dosis de fábula en las apariciones del monstruo. Aquí juega un gran papel el sonido, los crujidos, chasquidos y barruntos de un árbol titánico. También son muy acertadas las recreaciones animadas de los cuentos de hadas, aunque los cuentos en sí tampoco es que resulten demasiado “mágicos”.
Sí que resulta interesante el juego que realiza con los arquetipos de las narraciones infantiles, cambiando el sentido de las historias y convirtiendo a los malos y malas en buenos y buenas, y a los buenos y buenas en villanos y en villanas. A este respecto, destaca la dignificación que realiza del papel de las brujas en las narraciones populares de los cuentos infantiles.
Pero el mito no transciende a las imágenes. El poder liberador y creativo de la fantasía infantil no acaba de llenar unos planos demasiado fríos, perfectos en su desarrollo narrativo, pero sin la fuerza que toda fábula fantástica necesita.
Tampoco ayuda la trama sobre la familia, donde los personajes de la madre y la abuela no acaban de convencer como elementos de fortaleza para el crecimiento y la madurez del niño protagonista que, en referencia a su actuación, recuerda a la de tantos otros niños que, desde El sexto sentido (The Sixth Sense, M. Night Shyamalan, 1999) han invadido las escenas del cine fantástico desde los inicios del siglo XXI.
Pero no nos engañemos, Bayona es un formidable director, de eso no hay duda, basta con observar la secuencia de la primera aparición del monstruo para admirar su dominio del tiempo narrativo y de la tensión dentro de cada encuadre. Es cierto que, quizás, no sea una de sus mejores películas, pero sí guarda una gran coherencia estilística y temática en su búsqueda de la fantasía y el terror.