Teorema futurista
La vigencia de un Terry Gilliam auténtico y esencial es el principal atractivo de Un mundo conectado, que, como no podía ser de otra manera viniendo de su mano, es ambiciosa y también, muchas veces, deslumbrante. Luego de algunos años de silencio y un par de realizaciones no tan logradas (especialmente la farragosa El imaginario del Doctor Parnassus), el director de Brazil y Doce Monos aborda una realidad global retro futurista –como a él le gusta–, tan conectada como reza el título en castellano como desvinculada de la esencia humana, pero sin caer en postulados desesperanzados y opresivos del recurrente subgénero posapocalíptico. Llamado en verdad The Zero Theorem, se refiere a la obsesión por la resolución de un extraño teorema por parte del protagonista, un proyecto que podría terminar de descubrir que la existencia individual es parte de una totalidad, entre otras teorías reflexivas acerca de la evolución y la involución de la vida. Con su intransigencia acostumbrada, Gilliam construye una gran experiencia audiovisual, sostenida por una enorme caracterización de Christoph Waltz, bien acompañado por el gran David Thewlis, Mélanie Thierry y un inesperado Matt Damon.
Más allá de logros estéticos y creativos, y de mantener en un digno estado a un género a veces frivolizado, vapuleado e incomprendido como el de la ciencia-ficción, Un mundo conectado funciona fundamentalmente como para festejar el regreso, y en su mejor forma, de un cineasta inconfundible.