Tal vez Terry Gilliam nunca fue otra cosa que un ampuloso diseñador de interiores con una sola idea narrativa en la cabeza, pero al menos durante buena parte de su carrera (su etapa en Monty Python y en filmes como BRAZIL y DOCE MONOS, básicamente) todavía no nos habíamos dado cuenta que todo su mundo empezaba y terminaba ahí. El resto de su carrera se limitó a modificar en mínimos aspectos esa estética grandilocuente, ese único tema fijo (la locura como liberación, la burocracia infinita, los traumas personales infantiles) hasta volverse, literalmente, tan monotemático como monocromático, aún en su explosión de colores. Uno ve una película de Gilliam, a esta altura, como quien va a un parque de diversiones, más cerca de la experiencia de un sketch paródico televisivo o un show de Cirque du Soleil que de otra cosa.
Ese estilo conectó con cierto “momento” que se vivía en el mundo y especialmente en la Argentina. BRAZIL, en ese sentido, tuvo un impacto doble: ligado a sus preocupaciones temáticas y a su estilo por entonces novedoso. DOCE MONOS tenía a favor un gran guión y el antecedente de la película de Chris Marker. UN MUNDO CONECTADO, suerte de tercera parte de una trilogía distópica, es la versión (¿sin querer?) paródica de las anteriores: excesiva, grandilocuente, tan deshumanizada en su puesta en escena y en su interés por los personajes como la supuesta corporación que los tiene subyugados.
the-zero-theorem-christoph-waltz2La historia de un hombre que trabaja en una corporación que lo obliga a encontrar una solución al problema del “Teorema Zero” (ese es el título de la película) no es más que la excusa para mostrar la vida de este hombre aprisionado por una sociedad de consumo que, pese a la excusa de ofrecerle todo servido en bandeja, no hace más que alienarlo y alienarlo. La angustia de Qohen Leth es clásicamente existencial: ¿para qué estamos aquí? ¿qué sentido tiene todo? La excusa narrativa que Gilliam encuentra para tratar ese problema es ponerlo a Qohen a esperar, desde siempre, un llamado telefónico que, de algún modo, le serviría para entender la razón de su existencia. Sí, el famoso “llamado”…
El dueño de la corporación (Matt Damon), su jefe (David Thewlis), el hijo del dueño (un geniecillo de la computación) y una psicóloga virtual que lo atiende en su crisis (Tilda Swinton) acompañan a Leth (un calvo Christoph Waltz) en su tortuosa vida cotidiana de tratar infructuosamente de llegar a ese teorema, de poder conectarse emocionalmente con una mujer (la bella actriz francesa Melanie Thierry) y de, finalmente, intentar romper de una vez por todas con esa prisión, en cierto modo, autoimpuesta.
the-zero-theorem-melanie-thierryPero si la trama es más o menos clásica en relación a cientos de películas de ciencia ficción distópicas, la puesta en escena, los diálogos y las actuaciones ampulosas del elenco acercan todo a una parodia de eso mismo, pero sin serlo (o si, nunca queda claro con Gilliam). El problema de UN MUNDO CONECTADO es que todo lo que Gilliam tiene para decir sobre estos temas ya se ha dicho (de hecho, ya lo ha dicho él mismo) y tampoco encuentra formas nuevas para decirlo.
Finalmente, su obra es un círculo que se cierra sobre si mismo, oprimiendo a los personajes de la misma manera que la corporación que los tortura. Y a los espectadores nos termina pasando lo mismo: terminamos agobiados. Al tortuoso cabaret futurista de Terry Gilliam se le pasó la fecha de vencimiento. O, como dirían por ahí, “el futuro ya le llegó hace rato”.