"Retratos de una obsesión"
Plagada de verborragia sin sentido y protagonizada por un elenco reconocido y exitoso que pasa más tiempo en los carteles promocionales del film que en el propio metraje, el nuevo trabajo del siempre arrogante realizador Terry Gilliam no cumple con todas las expectativas puestas en él.
Gilliam, del que no hace falta nada más que recordar su pasado en “Monthy Python” y alguna película excelsa dentro de su filmografía como lo fue “Brazil”, regresa después de un largo tiempo a la pantalla grande para ofrecer una irregular y bizarra historia de ciencia ficción protagonizada casi por completo por un único actor (el gran Christoph Waltz) y apoyada en un colorido y llamativo diseño de producción.
La premisa de “Un mundo conectado” nos propone seguir de cerca la vida de Qohen Leth (Waltz), un extraño sujeto plagado de fobias que también es adicto a su llamativo trabajo: destruir elementos metafísicos que le permiten resolver problemas existenciales necesarios para el correcto andar de una inmensa compañía liderada por un sospechoso gerente (Matt Damon con un personaje intrascendente).
A medida que la trama (por llamarla de algún modo) avanza, nos convertimos en testigos de cómo Leth empieza a sufrir otros martirios además del bloqueo mental que le impide resolver el denominado “Teorema cero”. Básicamente, la aparición de una infartante y provocadora mujer denominada Bainsley (la bella Mélanie Thierry) y un desfile de peculiares personajes que se denominaran “sus amigos” serán el punto de partida de una aventura para la cual nuestro “héroe” no está preparado.
Intentando erigirse como profunda, cuando en realidad su principal característica es ser ambiciosa, “The Zero Theorem” se agita constantemente al ritmo de situaciones no muy claras, conflictos con poco peso y un eje central que promete ser digno de la ciencia ficción pero termina aproximándose demasiado a una historia de amor más del montón.
Waltz, con una actuación que transmite de forma perfecta la incomodidad cotidiana que atraviesa su personaje debido a las frustraciones que castigan su desprolija vida, es quizás el único gancho que mantiene en vilo al espectador a medida que avanza el relato. Alguna que otra aparición de Tilda Swinton y ese tono sexy y payasesco que caracteriza al personaje de Mélanie Thierry también ayudan, aunque en menor medida, a levantar un poco los niveles de calidad del triste contenido que ofrece esta propuesta.
De todas formas, y como ya ha pasado en otras oportunidades este año, el desembarco en la pantalla grande del más reciente trabajo de un artista de la talla de Gilliam parece motivo suficiente para que, aquellos que verdaderamente disfrutan de sus alocados mensajes y su exuberante poderío visual, tengan una cita en su cine más cercano.
En cambio, si todavía no disfrutaste del humor, el sarcasmo y las siempre eficaces críticas sociales que definen el cine de este director, lo mejor será que arranques con producciones más indispensables como ”Los caballeros de la mesa cuadrada”, “El sentido de la vida“, “Doce Monos” u “Pánico y locura en Las Vegas”.
“Un mundo conectado” puede esperar.