La filmografía de Terry Gilliam no tuvo su mejor momento en las décadas del 2000 (hay que mencionar la mediocre Los Hermanos Grimm y la floja Tidelands), entre proyectos truncos -algo habitual para el realizador- y fracasos tanto comerciales como de crítica. Si la mejor película de esta era supo ser la apenas correcta El Imaginario del Dr. Parnassus (2009), poco es realmente lo que se puede rescatar de esta parte de la obra de un director cuyo curriculum en algún momento parecía impecable: Brazil es un clásico indiscutible de la ciencia ficción distópica, al igual que la monumental 12 Monos (12 Monkeys, 1995), Time Bandits es uno de los mejores films infantiles de los últimos 40 años, El Pescador de Ilusiones (The Fisher King, 1991) fue el punto máximo de la carrera de Robin Williams, mientras que El Barón Munchasen y Pánico y Locura en las Vegas encontraron su público tardíamente pero bajo el mote para nada despreciable de "película de culto". CIertamente son estos los títulos que ilusionan a los fanáticos cada vez que se anuncia que el otrora Monty Python está por concretar un proyecto.
Lamentablemente, películas menores y olvidables como Un Mundo Conectado (The Zero Theorem) son lo que destruyen y encaminan al director hacia un triste epílogo. La desilusión, para colmo, en este caso es doble: la clara inspiración e influencia proviene de su mejor película, Brazil, y es por eso que uno termina preguntándose qué pudo haber fallado. La respuesta lógica parece encontrarse en su propio estilo, aquí desbordado. Y es que cuando abundan los colores, si el pincel se encuentra en mal estado, el resultado no parece ser arte sino un mero mamarracho.
Y en este teorema incongruente y apabullante, el trazo lamentablemente va por ese lado. Cristoph Waltz interpreta a un antisocial programador con una exageración que, sospechamos, viene de la dirección y no es fruto de su autoría, mientras que Mélanie Thierry aporta al relato una dosis de sensualidad francesa y no mucho más. Ambos protagonistas conviven en un mundo saturado de publicidades, aislamiento cibernético, sobredosis de información en miles de millones de bites y un oscuro vacío apenas comparable a un agujero negro, que literalmente separa fragmentos de la historia. El mejunje que interconecta a estos personajes emana del problema del título, una incógnita a resolver que termina inevitablemente en la nada misma. El mismo resultado al cual lamentablemente arriba esta película.