El futuro que pasó
En lo que se advierte es una capilla abandonada, Qohen atiende una llamada telefónica, pero que no parece ser la que espera. Claramente, allí vive una existencia rutinaria y con resignación, aislado del resto del mundo. Al salir, porque debe hacerlo para trabajar, sufre el bullicio de la calle y la violenta contaminación visual de una ciudad de un futuro no muy lejano.
Qohen trabaja para una corporación conocida como la "gerencia", a la que le solicita poder trabajar en su casa, para así poder recibir la "llamada". Dado el buen concepto que se le tiene como profesional experto en computación se le otorga el permiso asignándole un trabajo: el teorema cero. Una premisa es clara, cero debe equivaler al 100 %.
Existencialista, escéptica e irónica es esta nueva propuesta del siempre sorprendente Terry Gilliam. Como es habitual en sus obras, esta se destaca por su dirección artística; cada detalle de sus decorados, vestuario, iluminación. Este filme es el que más claramente remite a una de sus mayores obras: "Brazil". Aunque no alcance a redondear una propuesta tan firme, contundente como aquella.
Esta vez Gilliam se mete ni más ni menos que con aquello que alguna vez junto a los Monty Pyt hon arremetió en clave de humor, el sentido de la vida. La razón de nuestra existencia es aquí examinada con fina ironía mediante personajes lejanos, antipáticos, reconocibles.
Christoph Waltz se anima a salir del rol en el que Hollywood decidió encasillarlo, y elabora a su Qohen con dramática serenidad, lejos de todo cinismo, cercano a toda fe. Las breves participaciones de Tilda Swinton y Matt Demon dan algo de aire a un relato cerrado, críptico, por momentos sórdido e inescrutable. Tal vez, Gilliam se excedió en su dosis de filosofía existencialista. Como sea, no se trata de un filme más, sino de la obra de un artista con mayúsculas siempre dispuesto a arriesgar más. Algo que hoy vale oro.